Dos mujeres reflexionan sobre el fin de la inocencia política,
la revolución y la violencia
Mariano Aguirre
Mariano Aguirre
Graciela Fainstein
Icaria Editorial e Intermón-Oxfam
Barcelona, 2006. 197 páginas.
Icaria Editorial e Intermón-Oxfam
Barcelona, 2006. 197 páginas.
Roya Hakakian
Icaria Editorial e Intermón-Oxfam
Barcelona, 2006.
Este es el diálogo entre dos mujeres que no se conocían ni sabían una de la otra mientras escribían de muchas cosas comunes. La palabra escrita para otros les ha unido en un viaje común aunque sus orígenes sean lejanos: Buenos Aires, Teherán.
Roya Hakakian nación en Irán y Graciela Fainstein en Argentina. La primera es una periodista que reside en Estados Unidos. La segunda es licenciada en Filosofía y vive en España. Las dos huyeron de sus países. En el primer caso por la revolución de los Ayatolás que se inició a finales de los años 70 contra el Sha de Irán. En el segundo, después de haber sido víctima del “proceso” contra revolucionario que llevo a cabo la última dictadura argentina a partir de 1976.
Este no es un diálogo pactado previamente. Se trata de dos libros, y la posibilidad de que las autoras establezcan relación está dada por la historia de los intentos de cambio social y políticos que ellas vivieron y que los lectores vinculamos. Leídos en paralelo estos libros pueden lograr un diálogo a tres con el lector.
En cuestiones de estilo, los dos libros son inclasificables: memorias, ensayos, literatura, testimonio. Con una gran libertad expresiva las autoras se mueven, como en la vida misma, de género a género. Hakakian introduce el lirismo en la cotidianeidad y utiliza constantemente la ironía. Fainstein escribe con austeridad y concentración; una aparente sencillez que hacia la mitad del libro se revela tan perturbadora y asfixiante como la historia que relata.
El Sha de Irán representaba la modernización compulsiva en un país clave en Oriente Medio debido a su situación geopolítica y el petróleo. Una modernización no democrática que oprimía las identidades y censuraba las ideas internas o externas que cuestionaran su poder. Roya Hakakian era una joven estudiante de bachiller en un colegio de niñas, miembro de una familia judía ilustrada, que se adhiere a la revuelta social. Teherán hierve. Algo importante va a suceder. “¿Qué entendía yo de la revolución?”, escribe, “Nada que pudiera expresar en palabras. Pero la reconocí en cuanto la vi. Estaba en el aire”.
La dictadura argentina de 1976 fue la respuesta a diversas expresiones de cambio político, una violentas y otras pacíficas, y el marco represivo para iniciar el camino hacia el neoliberalismo que dominaría la política de Argentina durante los siguientes 25 años. La Junta Militar combatió las guerrillas pero, de paso, arrasó los sindicatos, movimientos estudiantiles, periodistas y periódicos, personalidades liberales, académicos, y ciudadanos en general que tuvieran cualquier inquietud.
La inocencia ante el cambio, la necesidad del mismo, les impide ver lo que puede venir. Roya se entusiasma con el nuevo cocktail de moda, el Molotov mientras no escucha cuando su padre predice que estos revolucionarios no pararán en los monárquicos sino que seguirán adelante, hasta llegar a los judíos de Irán. Escribe Fainstein: “la arrogancia y la excesiva confianza en nosotros mismos nos tendió una trampa, nos cerró los ojos frente al peligro, nos ocultó la señales inequívocas que de verlas nos hubieran llevado a una prudencia que no tuvimos”.
Graciela Feinstein era también una joven de una familia judía liberal que había pasado por el Partido Comunista y que recorría, como otros tantos miles de jóvenes, la calles con la esperanza a cuestas. “Nos creíamos fuertes y pensamos que a pesar de todo nuestra vida iba ser real tal y como la estábamos soñando cada noche, cada día que pasábamos juntos. Tal es la fuerza de la juventud, así es también la arrogancia”.
La llegada de los Ayatolás al poder le desmentirá pronto a Roya y su familia lo que iba a significar esa revolución. La venganza y la violencia se instalan en la sociedad en menos dos años. La represión cambia de cara pero, al final, termina apuntando hacia las personas y las ideas que significan libertad de acción, pensamiento, derechos humanos. Los dictadores en Argentina afirman que se han hecho con el poder para poner orden, pero desde el primer día el orden se dirige hacia unos y exime a otros, trazando una frontera basada en la muerte y la tortura, en todo caso el exilio para los más afortunados. “Caímos del cielo al mismísimo infierno sin escalas”, dice Feinstein en una cita que podría intercalarse en el libro de Hakakian sin problemas.
Luego de ser apresada y torturada, y abandonada por los viejos miembros de un Partido Comunista que no quiere correr riesgos, Graciela deja el país. La familia de Roya empieza a sufrir el acoso y ella misma, como adolescente, verá sus derechos como mujer progresivamente restringidos. Al final también deja su país. Las dos tardan años en empezar a escribir sobre el tema. Fainstein lo hace después que el pánico la vaya invadiendo a través de flancos inesperados. Hakakian decide escribir ante la ignorancia y los estereotipos hacia su país.
Los referentes de Graciela serán filósofos y políticos que han reflexionado sobre la violencia, el genocidio y la arquitectura política de la represión y la supervivencia: Hannah Arendt, Teodor W. Adorno, Jorge Semprún, entre otros. Roya tiene como referentes a sus autores (quemados al final del libro por su propio padre para no correr más riesgos): Dostoyevsky y Jane Austen, entre otros, y al poeta Seamus Heaney.
Las autoras piensan sobre la violencia. Hakakian recuerda la forma en que cada noche cenaban viendo por televisión los juicios sumarios a los funcionarios del Sha y la forma en que la brutalidad y la venganza se convierten en normalidad. Fainstein plantea un interrogante muy serio: ¿y si la violencia en su país estuviese tan arraigada en las relaciones sociales e interpersonales que, en realidad, la dictadura hubiese sido sólo una expresión de un iceberg mucho más profundo que no se quiere asumir?
Fainstein y Hakakian son parte del creciente espacio que las mujeres han tomado en la política internacional. No se trata de cuotas políticamente correctas, sino de combinar la esfera pública-política con la esfera personal-amistosa-familiar. Excelente doble perspectiva que nos permite acceder a la realidad política desde diferentes ángulos. No es una narrativa feminista sino una visión desde otras perspectivas.
¿Podrían haber sido escritos estos libros por dos hombres? Quizá, pero posiblemente les hubiese costado no caer en cierto grado de heroísmo. En cambio, las autoras son anti-heroínas. Roya habla en tercera persona para referirse irónicamente a sí misma. Graciela es sencillamente despiadada consigo misma. Cada una en su estilo encuentran al final el sentido a esa parte truncada de sus vidas: contar lo que vivieron para que no vuelva a ocurrir. Como dice Roya hablando en tercera persona al hacer el recuento de vivos, exiliados y muertos: “ella es la afortunada que escapó sólo para contarlo”.
Las dos autoras saben y reconocen que después de haber escrito estos libros ya no fueron las mismas de antes, y que sus países tampoco volverán a ser nunca aquella tierra soñada en la adolescencia que se convirtió en infiernos represivos de muerte e impunidad. Dice Fainstein: “quién pretenda que después de estas circunstancias la vida puede restablecerse y continuar de una forma normal está equivocado. También allí algo ha quedado definitivamente dañado, o al menos hasta que aparezca en escena una generación que no sólo no se sienta involucrada en esos hechos, sino que se atreva a asomarse a aquel agujero negro, que se decida a abrir esa caja cerrada y sellada por el silencio”.
Icaria Editorial e Intermón-Oxfam
Barcelona, 2006.
Este es el diálogo entre dos mujeres que no se conocían ni sabían una de la otra mientras escribían de muchas cosas comunes. La palabra escrita para otros les ha unido en un viaje común aunque sus orígenes sean lejanos: Buenos Aires, Teherán.
Roya Hakakian nación en Irán y Graciela Fainstein en Argentina. La primera es una periodista que reside en Estados Unidos. La segunda es licenciada en Filosofía y vive en España. Las dos huyeron de sus países. En el primer caso por la revolución de los Ayatolás que se inició a finales de los años 70 contra el Sha de Irán. En el segundo, después de haber sido víctima del “proceso” contra revolucionario que llevo a cabo la última dictadura argentina a partir de 1976.
Este no es un diálogo pactado previamente. Se trata de dos libros, y la posibilidad de que las autoras establezcan relación está dada por la historia de los intentos de cambio social y políticos que ellas vivieron y que los lectores vinculamos. Leídos en paralelo estos libros pueden lograr un diálogo a tres con el lector.
En cuestiones de estilo, los dos libros son inclasificables: memorias, ensayos, literatura, testimonio. Con una gran libertad expresiva las autoras se mueven, como en la vida misma, de género a género. Hakakian introduce el lirismo en la cotidianeidad y utiliza constantemente la ironía. Fainstein escribe con austeridad y concentración; una aparente sencillez que hacia la mitad del libro se revela tan perturbadora y asfixiante como la historia que relata.
El Sha de Irán representaba la modernización compulsiva en un país clave en Oriente Medio debido a su situación geopolítica y el petróleo. Una modernización no democrática que oprimía las identidades y censuraba las ideas internas o externas que cuestionaran su poder. Roya Hakakian era una joven estudiante de bachiller en un colegio de niñas, miembro de una familia judía ilustrada, que se adhiere a la revuelta social. Teherán hierve. Algo importante va a suceder. “¿Qué entendía yo de la revolución?”, escribe, “Nada que pudiera expresar en palabras. Pero la reconocí en cuanto la vi. Estaba en el aire”.
La dictadura argentina de 1976 fue la respuesta a diversas expresiones de cambio político, una violentas y otras pacíficas, y el marco represivo para iniciar el camino hacia el neoliberalismo que dominaría la política de Argentina durante los siguientes 25 años. La Junta Militar combatió las guerrillas pero, de paso, arrasó los sindicatos, movimientos estudiantiles, periodistas y periódicos, personalidades liberales, académicos, y ciudadanos en general que tuvieran cualquier inquietud.
La inocencia ante el cambio, la necesidad del mismo, les impide ver lo que puede venir. Roya se entusiasma con el nuevo cocktail de moda, el Molotov mientras no escucha cuando su padre predice que estos revolucionarios no pararán en los monárquicos sino que seguirán adelante, hasta llegar a los judíos de Irán. Escribe Fainstein: “la arrogancia y la excesiva confianza en nosotros mismos nos tendió una trampa, nos cerró los ojos frente al peligro, nos ocultó la señales inequívocas que de verlas nos hubieran llevado a una prudencia que no tuvimos”.
Graciela Feinstein era también una joven de una familia judía liberal que había pasado por el Partido Comunista y que recorría, como otros tantos miles de jóvenes, la calles con la esperanza a cuestas. “Nos creíamos fuertes y pensamos que a pesar de todo nuestra vida iba ser real tal y como la estábamos soñando cada noche, cada día que pasábamos juntos. Tal es la fuerza de la juventud, así es también la arrogancia”.
La llegada de los Ayatolás al poder le desmentirá pronto a Roya y su familia lo que iba a significar esa revolución. La venganza y la violencia se instalan en la sociedad en menos dos años. La represión cambia de cara pero, al final, termina apuntando hacia las personas y las ideas que significan libertad de acción, pensamiento, derechos humanos. Los dictadores en Argentina afirman que se han hecho con el poder para poner orden, pero desde el primer día el orden se dirige hacia unos y exime a otros, trazando una frontera basada en la muerte y la tortura, en todo caso el exilio para los más afortunados. “Caímos del cielo al mismísimo infierno sin escalas”, dice Feinstein en una cita que podría intercalarse en el libro de Hakakian sin problemas.
Luego de ser apresada y torturada, y abandonada por los viejos miembros de un Partido Comunista que no quiere correr riesgos, Graciela deja el país. La familia de Roya empieza a sufrir el acoso y ella misma, como adolescente, verá sus derechos como mujer progresivamente restringidos. Al final también deja su país. Las dos tardan años en empezar a escribir sobre el tema. Fainstein lo hace después que el pánico la vaya invadiendo a través de flancos inesperados. Hakakian decide escribir ante la ignorancia y los estereotipos hacia su país.
Los referentes de Graciela serán filósofos y políticos que han reflexionado sobre la violencia, el genocidio y la arquitectura política de la represión y la supervivencia: Hannah Arendt, Teodor W. Adorno, Jorge Semprún, entre otros. Roya tiene como referentes a sus autores (quemados al final del libro por su propio padre para no correr más riesgos): Dostoyevsky y Jane Austen, entre otros, y al poeta Seamus Heaney.
Las autoras piensan sobre la violencia. Hakakian recuerda la forma en que cada noche cenaban viendo por televisión los juicios sumarios a los funcionarios del Sha y la forma en que la brutalidad y la venganza se convierten en normalidad. Fainstein plantea un interrogante muy serio: ¿y si la violencia en su país estuviese tan arraigada en las relaciones sociales e interpersonales que, en realidad, la dictadura hubiese sido sólo una expresión de un iceberg mucho más profundo que no se quiere asumir?
Fainstein y Hakakian son parte del creciente espacio que las mujeres han tomado en la política internacional. No se trata de cuotas políticamente correctas, sino de combinar la esfera pública-política con la esfera personal-amistosa-familiar. Excelente doble perspectiva que nos permite acceder a la realidad política desde diferentes ángulos. No es una narrativa feminista sino una visión desde otras perspectivas.
¿Podrían haber sido escritos estos libros por dos hombres? Quizá, pero posiblemente les hubiese costado no caer en cierto grado de heroísmo. En cambio, las autoras son anti-heroínas. Roya habla en tercera persona para referirse irónicamente a sí misma. Graciela es sencillamente despiadada consigo misma. Cada una en su estilo encuentran al final el sentido a esa parte truncada de sus vidas: contar lo que vivieron para que no vuelva a ocurrir. Como dice Roya hablando en tercera persona al hacer el recuento de vivos, exiliados y muertos: “ella es la afortunada que escapó sólo para contarlo”.
Las dos autoras saben y reconocen que después de haber escrito estos libros ya no fueron las mismas de antes, y que sus países tampoco volverán a ser nunca aquella tierra soñada en la adolescencia que se convirtió en infiernos represivos de muerte e impunidad. Dice Fainstein: “quién pretenda que después de estas circunstancias la vida puede restablecerse y continuar de una forma normal está equivocado. También allí algo ha quedado definitivamente dañado, o al menos hasta que aparezca en escena una generación que no sólo no se sienta involucrada en esos hechos, sino que se atreva a asomarse a aquel agujero negro, que se decida a abrir esa caja cerrada y sellada por el silencio”.
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