jueves, 18 de febrero de 2010

Terror en el hipermercado (Entrevista a Esther Vivas en Ladinamo)


Trabaja en la cooperativa catalana Xarxa de Consum Solidari. También tiene vínculos con la universidad: forma parte del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales de la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona). En los últimos años ha coordinado -junto con Xavier Montagut- los libros ¿Adónde va el comercio justo? (2006), Supermercados, no, gracias (2007) y Del campo al plato (2009). Hablamos con Vivas sobre las consecuencias del actual modelo alimentario y los esfuerzos para cambiarlo.

Este año, aprovechando la crisis económica, los supermercados decidieron potenciar sus marcas blancas, eliminando de las estanterías productos de otras empresas. Esto ha creado tensiones con las grandes corporaciones alimentarias. ¿Lo ves como una anécdota o va a ir a más?

Quien acaba marcando la pauta es la gran superficie. Estos canales de distribución monopolizan el comercio de alimentos. Hay un cuello de botella donde unas pocas empresas acaban determinando los precios. En el Estado español, por ejemplo, siete empresas controlan el 75% de la distribución de alimentos: cinco supermercados (Carrefour, Mercadona, Eroski, Alcampo y El Corte Inglés) y dos centrales de compra. Los campesinos cada vez cobran menos por aquello que producen. El diferencial entre el precio de venta de un pequeño agricultor y el precio final es, de media, un 400%.

Incluso la industria agroalimentaria, que tiene mayor potencial de negociación, acaba supeditada a los criterios de estas grandes distribuidoras. En los países nórdicos, por ejemplo Suecia, te encuentras con que tres empresas controlan el 90% de la distribución de alimentos. Es una tendencia creciente.

¿No hay forma de controlarlo usando las leyes antimonopolio de Europa o Estados Unidos?

Al revés, hay una tendencia a las fusiones cada vez más importante. El objetivo de las grandes cadenas comerciales es controlar todos los tramos de la producción alimentaria, desde las semillas a la distribución final, para así multiplicar sus beneficios. No hay intentos de pararlo porque existen lazos fuertes entre las elites políticas y económicas. Las instituciones, tanto estatales como internacionales, actúan beneficiando a estas grandes empresas.

¿Me pones algun ejemplo?

Te pongo uno cercano: en Cataluña se recogieron mas de 100.000 firmas para la campaña Somos lo que sembramos, que quería promover una Iniciativa Legislativa Popular que forzase una moratoria en la producción de transgénicos. A pesar de este apoyo popular, fue rechazada por el Parlamento Catalán. Ni siquiera permitieron el debate. Los partidos políticos acaban cediendo a los intereses de la industria agrícola y transgénica. En la Unión Europea, la Política Agraria Común (PAC) beneficia básicamente a la agroindustria, que recibe mayores subvenciones que el pequeño campesinado. Prácticamente no hay ayudas para la producción ecológica a pequeña escala.

El año pasado la subida de los precios de los alimentos provocó revueltas en varios países del Sur. ¿Este tipo de protestas tiene alguna repercusión en las políticas globales?

Las instituciones internacionales, incluso la FAO, nos dicen que la solución es producir más. Cuando miras los datos descubres que hoy tenemos más comida que nunca en la historia. Desde los años sesenta hasta la actualidad la producción de alimentos se ha triplicado, mientras que la población mundial se ha duplicado. No es un problema de producción, sino de acceso. Las poblaciones de los países del Sur destinan entre un 60 y un 80% de sus ingresos a la compra de alimentos.

Las soluciones que se ofrecen a nivel internacional son una farsa. Lo único que hacen es agudizar la situación de hambre en el mundo. No se está avanzando ni proponiendo salidas reales. Quieren que haya una nueva “revolución verde”, más agricultura intensiva, más pesticidas, más transgénicos… Resolver este problema pasa por un cambio de modelo, tanto del sistema capitalista como del modelo de producción, distribución y consumo.

En vuestros libros hacéis una crítica al funcionamiento de organizaciones como Intermón-Oxfam. ¿Crees que simplemente están equivocados o que son cómplices del sistema?

Cuando las grandes superficies venden productos de comercio justo o productos con el sello ecológico lo único que hacen es lavar su imagen. Es una búsqueda de nuevos nichos comerciales, una estrategia de marketing empresarial. Vendiendo cuatro productos de “comercio justo” pretenden justificar el grueso de sus prácticas injustas.

Por lo tanto, no estamos de acuerdo con algunas ONG que usan el argumento de que “así llegamos a más gente”. El comercio justo no es un paquete de café, sino una cadena de relaciones comerciales que van desde el productor al consumidor final. Estos criterios de “justicia” no se deben de aplicar sólo al campesino, que es lo que se hace habitualmente, también conciernen a la actividad global de las grandes superficies. Éstas intentan apropiarse del comercio justo con estanterías con algunos productos, y al final, por vender unos paquetes más de cafe, te acabas aliando con los responsables de la crisis.

Evo Morales, presidente de Bolivia, dijo hace poco que “las ONG usan a los pobres para vivir bien”. ¿Qué opinas de esta frase?

El ámbito de las ONG es muy diverso. Hay algunas muy vinculadas al mundo empresarial, por ejemplo con George Soros o Bill Gates. También hay fundaciones y ONG que dicen tener una finalidad social, pero que acaban cayendo en una práctica de marketing empresarial. La clave está en que las ONG estén vinculadas a los movimientos sociales y que sean un instrumento al servicio de las clases populares.

¿Cómo definirías vuestro enfoque?

Nosotros apoyamos el comercio justo Norte-Sur, intercambio clásico de productos que no tenemos aquí como café o cacao. Pero también promovemos el comercio Norte-Norte y Sur-Sur. Hay que primar el consumo de alimentos de proximidad para evitar transportes innecesarios. No tiene sentido comer verdura que viene de China si aquí se elabora también. Defendemos un comercio vinculado a la soberanía alimentaria, que implica que los medios de producción (el agua, la tierra) deben pertenecer a los campesinos.

Hay que primar una agricultura local, de temporada, sostenible, orgánica, que fomente un mundo rural vivo, un campesinado familiar, etcétera. Todo esto es la antítesis de la agricultura industrial.

¿Cómo ves el panorama actual de cooperativas de consumo?

Conozco, más que nada, el caso catalán. Aquí tenemos un centenar de cooperativas y grupos de consumo ecológico, sobre todo en el área metropolitana. A principios de los noventa éramos muy pocos, y el crecimiento ha sido espectacular en los últimos ocho años. Creo que lo mismo ha pasado en el resto del Estado español y en Europa.

Por un lado responde a una mayor concienciación en el consumo, sobre todo por las enfermedades vinculadas a la alimentación: desde el síndrome de las vacas locas a la gripe aviar o la gripe porcina. Aunque intenten silenciar estas cosas, ahí se ven las consecuencias del modelo agroindustrial. La gripe porcina, por ejemplo, comenzó por las condiciones de las granjas de la industria agroalimentaria de cerdos en México.

Por otro lado, el auge de las cooperativas también tiene que ver con el poso
fértil de relaciones sociales que dejaron los movimientos antiglobalización. Llegó una generación nueva de militantes, aunque ahora vivimos un momento más de reflujo.

¿Cuáles son hoy los retos de estas cooperativas?

Es importante que adopten una perspectiva política. Uno puede apuntarse a un grupo de consumo y comer estupendamente, pero si no se prohíben los transgénicos, acabaremos con toda la agricultura contaminada, tanto la convencional como la orgánica. Estos problemas no se solucionan con la práctica individual. Hay que buscar alianzas con quienes luchan para acabar con la privatización de los servicios públicos, con la especulación en el territorio y, en general, con el modelo económico capitalista. El reto es buscar una movilización social amplia.

He visto en la página web de Xarxa de Consum Solidari que tenéis una sección de “materiales educativos”. ¿Estáis intentando que se expliquen estos conflictos en el colegio?

Intentamos llegar al mayor número de gente, de los ámbitos más diversos, a través de la educación formal, pero también trabajamos con otros instrumentos, como por ejemplo que se sirva comida orgánica en los comedores escolares, buscamos que los padres se impliquen en estos procesos.

Los medios masivos suelen hacer cálculos de hasta donde aguantará el planeta si no se frena el cambio climático. ¿Se sabe cuanto puede aguantar con este modelo alimentario?

La agricultura industrial y el modelo actual de alimentación son algunos de los principales generadores de cambio climático y por lo tanto ambos están estrechamente relacionados. El comercio de alimentos es muy dependiente del petróleo con traslados de comida de una punta a otra del planeta, así como el uso de pesticidas. Muchas zonas forestales acaban convirtiéndose en pastos para el ganado de la agroindustria. Cambiar el modelo agroganadero es necesario para frenar el cambio climático.

Entrevista de Tariq Gómez-Kemp en Ladinamo, nº 32, invierno 2010.

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