Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La revolución en Libia es una revolución tribal. No fue, y sigue sin ser, dirigida por jóvenes intelectuales urbanos, como en Egipto, o por la clase trabajadora (que en su mayoría está compuesta, de hecho, por trabajadores extranjeros). Incluso a pesar de que los protagonistas del levantamiento contra Muamar Gadafi pueden ser una mezcla de libios de a pie, juventud educada y/o desocupada, una sección de las clases medias urbanas y desertores del ejército y los servicios de seguridad, lo que los traspasa a todos es la tribu. Incluso Internet, en el capítulo libio de la gran revuelta árabe de 2011, no ha sido un protagonista absolutamente decisivo.
Libia es tribal de la A a la Z. Hay 140 tribus (qabila), 30 de ellas clave: una de ellas, Warfalla, representa a un millón de personas (de una población de 6,2 millones). A menudo, llevan el nombre de las ciudades de las que provienen. El coronel Gadafi dice ahora que el levantamiento libio es un complot de al-Qaida impulsado por hordas drogadas con leche y Nescafé mezclados con drogas alucinógenas. La realidad es menos lisérgica: es un concierto de tribus que terminará por derribar al rey de reyes africano.
Un inmenso grafiti en la Bengasi liberada dice: «No al sistema tribal». Es una vana ilusión. Los oficiales del ejército libio son una colección de notables tribales seducidos o sobornados por Gadafi, que sigue una estricta estrategia de dividir para gobernar desde el nacimiento del régimen en 1969. Tanto en Túnez como en Egipto, el ejército fue crucial en la caída del dictador. En Libia, es mucho más complicado. El ejército no es tan importante en comparación con las milicias paramilitares, privadas y mercenarias, dirigidas por hijos y parientes de Gadafi.
Gadafi y su hijo «modernizador», Saif, ya han jugado las únicas cartas que les quedan, a falta del genocidio: sedición (fitna) e islamismo, muy al estilo de Hosni Mubarak, como cuando dice «soy yo o el caos». En el caso del clan Gadafi, es como sigue: sin mí, es guerra civil (en realidad fabricada por el propio régimen) u Osama bin Laden (invocado como deus ex machina por el propio Gadafi). La mayoría de las tribus no se tragan ese guión del «dios surgido de la máquina».
Las perspectivas de Gadafi son sombrías. La tribu Awlad Ali, en la frontera egipcia, está en su contra. Az Zawiyya se le ha opuesto desde principios de esta semana. Az-Zintan, a 150 kilómetros al sudoeste de Trípoli, está centrada en Warfalla; todos están en su contra. La tribu Tarhun, que, crucialmente, incluye más de un 30% de la población de Trípoli, se le opone. El Jeque Saif al-Nasr, ex jefe de la tribu Awlad Sulaiman, habló por al-Jazeera para llamar a los jóvenes tribales del sur a sumarse a las protestas. Incluso, algunos de su pequeña tribu, Qadhadfa, ahora está en su contra.
Matando a la sociedad civil
La tribu, con sus clanes y subdivisiones, es la única institución que ha regulado durante siglos la sociedad de esos árabes que han vivido en las regiones de los colonizadores italianos a principios del siglo XX, llamadas Tripolitania, Cirenaica y Fezzan.
Después que Libia llegó a la independencia en 1951, no hubo partidos políticos. Durante la monarquía, la política sólo tuvo que ver con tribus. Sin embargo, la revolución de Gadafi del 1969 replanteó el papel político de las tribus: sólo se convirtieron en garantes de valores culturales y religiosos. La ideología de la revolución de Gadafi giraba alrededor del socialismo, con el pueblo, teóricamente, como sujeto de la historia. Los partidos políticos también fueron descartados. Fue la hora de los comités populares y el congreso popular. La vieja elite, los ancianos de las tribus, fue aislada.
Pero el tribalismo devolvió el golpe. Primero, porque Gadafi decidió que los puestos en la administración debían ser distribuidos por afiliación tribal. Y luego, durante los años noventa, Gadafi renovó las alianzas con los dirigentes tribales; los necesitaba «para librarse de la creciente oposición y de diversos traidores». Y aparecieron los «comandos sociales populares», que combatieron la corrupción, solucionaron disputas locales y terminaron por consagrar a la tribu como protagonista político.
Gadafi se aseguró de tener una alianza impenetrable con los Warfalla y, medianteuna estrategia centrada en una consigna «pueblo armado», logró domar al ejército. Los puestos clave en el servicio secreto fueron entregados a su tribu, Qadhadfa, y a uno de sus compañeros revolucionarios, Maqariha. Esto significó esencialmente que esas dos tribus obtuvieron el monopolio todos los sectores clave de la economía, y eliminaron, literalmente, toda oposición.
El resultado inevitable de ese sistema político tribal fue el desgajamiento de una sociedad civil basada en instituciones democráticas. La clase media educada se quedó sin nada. Luego vino el embargo de las Naciones Unidas, que duró una década. La economía, que ya estaba en mal estado, cayó en picado; nunca hubo una redistribución decente de la riqueza del petróleo y del gas. La inflación y el desempleo se dispararon. La retórica fue siempre de «democracia directa»; la realidad era que los pocos «ganadores» formaban parte de una burguesía estatal reaccionaria, ya fueran reformistas, dirigidos por Saif; conservadores (fieles al Libro Verde de Gadafi); o tecnócratas (los que disciernen jugosos tratos con corporaciones extranjeras).
Año cero en Cirenaica
Ahora el oficialmente llamado Jamahiriya, «el Estado de las masas», está a punto de derrumbarse. Es año cero en Cirenaica. Es imposible dejar de recordar los primeros días de Iraq «liberado» en abril de 2003. El Estado ha desaparecido. Comités populares, grupos islámicos, y bandas armadas controlan ahora territorios enteros. Nadie sabe cómo se desarrollará esto o lo que pueda suceder después de la batalla de Trípoli (suponiendo que la oposición pueda obtener algún armamento pesado serio). Una fuerte posibilidad es la emergencia de territorios tribales auto-gobernados controlados por las tribus, como en Afganistán y Somalia o, de hecho, que regiones enteras se independicen, a pesar de los esfuerzos de la oposición en el exilio por disipar esos temores.
Antes de eso, como ha advertido Gadafi, correrá la sangre. La fuerza aérea está controlada directamente por el clan Gadafi. Además, dos de sus hijos están en posiciones clave: Moutassim es jefe del Consejo Nacional de Seguridad y Khamis es comandante de una brigada de fuerzas armadas. El ejército tiene 150.000 soldados. Los máximos comandantes militares tienen todo que perder si no apoyan a Gadafi. Según los mejores cálculos, Gadafi todavía podría contar con 10.000 soldados. Para no hablar del ejército mercenario «africano negro» pagado en oro, en su mayoría insertado en Libia a través de Chad.
Sea lo que sea lo que emerja de este volcán, cuesta imaginar una Libia no fracturada siguiendo líneas tribales. Es justo decir que la juventud libia tribal que salió a las calles a luchar contra el régimen armado de Gadafi considera la mentalidad tribal como la peste. No desaparecerá de un día para otro. Sin embargo, la mejor esperanza posible bajo las difíciles circunstancias, con la amenaza de una crisis humanitaria y el espectro de la guerra civil, es que Internet impulse al país a una era post tribal. Antes de eso, debe caer un búnker.
Fuente:http://www.rebelion.org/noticia.phpid=123293
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