lunes, 26 de enero de 2015

En los confines de lo distante y lo distinto. Diario de viaje de Álvaro Fernández-Llamazares

Hay un mundo que se llama a sí mismo "desarrollado". Un mundo que se autoproclama mejor que otros mundos, un mundo que necesita un "no desarrollado" para tener sentido. Un concepto aparentemente positivo que invisibiliza y degrada como primitivas a formas de vida diferentes a la hegemónica. La idea de desarrollo no es neutra, no entiende de equilibrios, sino que plantea una cruzada silenciosa, una guerra callada, contra los no desarrollados.
Convivir con una comunidad como la tsimane' puede ayudar a romper estas ideas y a abrir interrogantes como el que nos plantea el investigador Álvaro Fernández-Llamazares"¿Cómo sobrevivir entre las fuerzas del desarrollo económico y la globalización sin que su pueblo se vea condenado al destierro y su cultura a la extinción?". Fernández-Llamazares es autor en la obra colectiva Cambio global, cambio local. La sociedad tsimane’ ante la globalización coordinada por Tomás Huanca y Victoria Reyes-García.






Álvaro Fernández-Llamazares

Nunca soñé con poder estar donde he estado o vivir lo que he vivido. Todo empezó un día de mayo en que un e-mail con un asunto que rezaba “Oportunidad” se depositaba sobre la bandeja de entrada de mi correo electrónico con la ligereza de una pluma al vuelo. Victoria Reyes-García, investigadora ICREA en el ICTA-UAB, me ofrecía una beca doctoral para realizar mi tesis entre los tsimane’, una sociedad indígena de la Amazonia boliviana. La propuesta vino de la noche a la mañana, como uno de esos trenes que tan sólo pasan a medianoche, de los que cruzan tan rápido que apenas puedes vislumbrarlos, de los que apenas rielan las vías. Y decidí tomarlo, embarcarme a lo desconocido, hacia los confines de lo distante y lo distinto, con el objetivo de calibrar mi propio concepto del mundo, del ser humano y, por qué no, de mí mismo. Este artículo es un repaso a algunas mis notas de campo viviendo entre los tsimane’, un viaje a las impenetrables selvas amazónicas bolivianas a través de las páginas de mi diario, un retrato íntimo en primera persona de la vida tsimane’ en el siglo XXI.

28/09/2012, Amazonia a vista de pájaro

El recuerdo de una despedida ahogada en lágrimas y suspiros y la biografía del gran Chico Mendes fueron mis únicos compañeros de viaje en el vuelo de avioneta hacia lo que nadie dudaba en señalar como una de las grandes aventuras de mi vida. El sueño de la Amazonia había atraído antes a tantos otros como yo. Aventureros, buscadores de oro, botánicos, caucheros, misioneros, antropólogos… ¿Cómo debieron sentirse al vislumbrar el verde infinito? Sydney Possuelo, von Humboldt o incluso el legendario Tintín revolotearon por mi mente hasta que el cansancio pudo conmigo y caí en un profundo letargo perlado de bosques y tribus, guacamayos y caimanes, ideales y valores. Cuando volví a abrir los ojos, un nuevo amanecer se abría ante mí. La Amazonia, verde y tropical, se desparramaba desde las montañas hasta el horizonte. Todo lo que alcanzaba ver mi mirada era verde, verde infinito, un manantial de verdor. Un verde que me hacía sentir pequeño, que no cabía en la mirada, pero sí en el corazón. Un verde que aparecía acompañado de un silencio en toda la avioneta. Incluso los motores parecían compartir ese silencio de admiración, de profundo respeto hacia el bosque más grande y el ecosistema más rico que alberga nuestro planeta. La Amazonia a vista de pájaro, con sus ríos y sus geométricos meandros, su cadencia de verdes, sus esculturales árboles, con toda su majestuosa exuberancia…

20/10/2012, Espejismo junto al río

Salté de mi mosquitero, apartando a manotazos la nube de mosquitos que se jactaban de mi exótica sangre y me usurpaban el poco hierro que quedaba en mis venas tras mis primeras jornadas de trabajo entre los tsimane’. Eran ya las cinco y media de la mañana y todavía era oscuro. El linde de la selva parecía el sólido muro de una catedral, con los primeros albores del día empezando a despuntar tan sólo entre las copas de los árboles. Me disponía a hervir agua para hacer té cuando me percaté de que los bidones estaban vacíos, así que me dirigí hacia el río para buscar agua. Había amanecido neblinoso y la bruma se alzaba por encima de las aguas tiñendo de vapor todos los colores del amanecer, como en un lienzo a la acuarela. Me acerqué a la orilla con los bidones y justo entonces, aconteció algo único, uno de los momentos más maravillosos que esta experiencia me ha brindado hasta la fecha, uno de esos instantes en los que el tiempo parece haberse detenido. Entre la bruma misteriosa, emergió el reflejo de una canoa surcando la quietud de las aguas. Como en un espejismo, quebraba la neblina con la estela de su solemne paso. Poco a poco fue dibujándose la silueta de una mujer tsimane’ de pelo azabache, remando lentamente, con la fragilidad y la elegancia de una palmera meciéndose con la brisa del atardecer. Como una Pocahontas del siglo XXI, parecía desafiar las leyes del tiempo. Era como si surgiera de las tinieblas de la Historia para reclamar su lugar en el gran ajedrez de los bosques amazónicos, donde tantos y tantos pueblos se han visto relegados al más grande de los olvidos.

07/11/2012, Un viejo transistor de pilas

No fui plenamente consciente de lo aislado que he estado todo este tiempo hasta ayer, día en que Obama ganaba sus segundas elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Uno de los viejos transistores de pilas que los misioneros regalaron a los tsimane’ como instrumento de evangelización nos dio la noticia mientras entrevistábamos a una familia. Fue mágico descubrirme en la otra punta del mundo, sentado con una familia de indígenas alrededor de una radio escuchando como en un país llamado Estados Unidos un señor llamado Obama había ganado unas elecciones. Tal vez los tsimane’ no entendieran bien la relevancia de la noticia, pero para mí aquel momento fue muy significativo. El azar y los avatares del destino habían querido que un viejo transistor de pilas fuera el único cordón umbilical que me uniría de ahora en adelante con el mundo de más allá de la selva infinita.

12/11/2012, Silencio profundo y compartido

El otro día se incendió una casa de la comunidad. Al parecer, unos niños andaban intentando quemar un nido de abejas mientras sus papás estaban fuera, y sin quererlo, en unos minutos acabaron reduciendo a cenizas todo el legado de una vida de esfuerzo y trabajo. Al caer la noche, toda la gente de la comunidad se acercó a traer algunos víveres a la familia. El fuego lo había arrasado todo, no quedaba absolutamente nada. Me sorprendió ver que nadie lloraba. Al fin y al cabo, el llanto es también algo cultural. No siempre se llora lo que se siente; a veces, se lloran las lágrimas que a uno le han enseñado a llorar. Los tsimane’ parecían mostrar más bien su tristeza en forma de un silencio profundo y compartido. Allí estaban todos, sentados en el suelo, en sus esteras de chuchío, contemplando el último ardor de las brasas en mitad de la noche oscura. En la lejanía se escuchaban los cánticos y salmos que prodigaba un viejo transistor encendido. El programa vespertino de Radio Horeb, la radio de los misioneros evangélicos de la región, intentaba aplacar en vano el desconsuelo de estos habitantes ancestrales de la grandeza de las selvas… Fue una verdadera lástima que no viéramos la columna de humo ni escucháramos el estruendo de las vigas al desplomarse, pero en el fondo, no es algo extraño. Al fin y al cabo, esa es la esencia de vivir en la selva, esa inmensidad capaz de absorberlo todo, de ese infinito océano de vida que todo lo envuelve y todo lo aísla. Son tantas las historias que corren acerca de avionetas que se estrellaron en estas tierras y cuyos restos nunca han sido encontrados. Tan sólo las orquídeas, las luciérnagas y los otros cientos de millones de seres vivos que moran estos bosques saben discernir la fina línea que separa la realidad de la leyenda. Para mí son únicamente misterios que la selva se guarda para sus adentros, tesoros ocultos en un mar que se me antoja impenetrable, secretos que tal vez el tiempo me vaya desvelando y, poco a poco, vayan dejando huella en mí.

24/03/2013, Cortejo fúnebre

El cortejo fúnebre empezó con los últimos colores del atardecer. La abuela del difunto, los padres y el hermano pequeño, también enfermo y envuelto en un manto, surcaban las aguas del Maniqui en una canoa presidida por el pequeño ataúd de madera recién cortada en el que yacía el cuerpo del niño sin vida. Una fina cortina de lluvia les desdibujaba las siluetas a su paso, acompañado únicamente por las miradas de algunos comunarios que, desde las orillas del río y parcialmente ocultos por la bruma y la frondosa vegetación, le presentaban sus respetos a la familia. El velatorio tuvo lugar esa misma noche, en la casa de la abuela. La familia había abandonado su casa; es costumbre que cuando muere alguien, la familia deje la casa durante unas cuantas semanas. Todos los caminos estaban cercados con arara’, una planta espinosa con la que los tsimane’ ahuyentan a los malos espíritus. Un círculo de velas iluminaba el lugar del velatorio, donde la familia escuchaba en silencio los cantos de Radio Horeb. (…). Me dolió mucho saber que éramos los únicos que habíamos acudido al velatorio. Al parecer, los demás comunarios temían contagiarse del embrujo, y pese a ser familia directa del difunto, habían preferido abstenerse de visitarles, algo que la familia parecía comprender. Y una vez más, no vi ni una sola lágrima. Si las hubo, fue en la oscuridad de la noche, al abrigo de las miradas indiscretas y las palabras de ánimo.Cuando ya volvíamos hacia casa, cruzando la estrecha brecha que atraviesa el bosque hacia la Serranía, aconteció algo insólito. Por encima de los mil sonidos de la noche, el ulular de una lechuza inundó la inmensidad del bosque. No son muchas las noches en que se escucha cantar a la lechuza y mucho menos de forma tan clara y nítida. Dicen los sabios del lugar que su canto melancólico indica el traspaso de un alma de la tierra de los vivos al reino de los muertos. Todos los habitantes del bosque lo escuchábamos en silencio, inmersos en nuestros pensamientos y preguntándonos una vez más por la vida y sus infinitos misterios. La lechuza cantó hasta entrada el alba, dando el último adiós de la selva a uno más de sus ancestrales moradores, cuyo recuerdo vivirá siempre en el eco del viento, el ardor del fuego y la memoria de los ceibos y las heliconias.

30/07/2013, Un perfecto ignorante

Llegué aquí con la curiosidad y la humildad de un perfecto ignorante, ansioso por descubrir una sociedad en la que se valorara más lo que se es y menos lo que se tiene, donde el río y el bosque ocuparan un lugar privilegiado en el transcurrir del día a día, y en la que el conocimiento no se midiera en rendimientos académicos, sino también en proverbial sabiduría vital, en actitudes y en valores. Durante un año he navegado en canoa ríos y arroyos, durmiendo en playas con la luna y las estrellas como único cojín, he caminado hasta las casas más lejanas, atravesando bosques que muchas veces se me antojaron infranqueables… Y todo ello con un único propósito: escuchar tantas voces como pudiera, desde los más viejitos y sabios hasta los más jóvenes, cegados muchas veces por las promesas del desarrollo económico, pasando por pescadores enfrentados ante proyectos turísticos impuestos por inercias incuestionables, mujeres preocupadas por sus cada vez más mermadas fuentes de sustento, o políticos ajenos al clamor de su pueblo. Y después de casi un año aquí, después de haber compartido tantas puestas de sol con gente anónima, de haber jugado con los niños más felices que jamás veré, de haber hecho reír con mis torpezas hasta las abuelitas más ancianas, de haber bailado en las fiestas de una comunidad que me acogió como a uno más y de haber participado en sus asambleas, considero un privilegio extraordinario haber podido permeabilizarme a una cultura y una forma de vida distintas a la mía. Siento que he vivido un trozo muy importante de la historia del pueblo tsimane’, esa historia viva y latente que se va plasmando en conversaciones, testimonios y retazos de vida que el destino se encarga de ir poniendo en tu camino. He vivido en primera persona la Bolivia Plurinacional del Siglo XXI, de Evo Morales y sus paradojas, del despertar indígena y la efervescente lucha por la justicia social. Pero también he sido testigo del irrefrenable ritmo de la globalización, de la integración a la economía de mercado y la mercantilización de los recursos naturales a cualquier precio, en este codiciado ajedrez de intereses que son los bosques amazónicos.

02/10/2013, Desafío histórico

Es duro constatar que si desaparece un bosque, desaparece un pueblo, una historia, una cultura, un legado. Y no hablo de gente en general, de esas personas genéricas de las que se suele hablar en los telediarios, hablo de personas hacia las que albergo sentimientos y que forman parte de mi vida aquí. Personas a las que les debo haberme abierto las puertas de su mundo y haberme hecho descubrir horizontes y realidades que jamás imaginé. Personas que han compartido conmigo sus alegrías y preocupaciones, sus sueños y sus miedos, sus expectativas y frustraciones. Personas que han depositado su confianza en mí, creyéndome capaz de llevar su voz a donde pueda y deba ser escuchada. Hablo de la abuelita que hace ya años que no prueba la carne de anta, otrora abundante, del vecino que cayendo en la trampa de los comerciantes se volvió alcohólico, o de la jovencita que tal vez algún día se vea obligada a irse a mendigar entre las chabolas de San Borja en busca de algún mendrugo de pan…El desafío histórico al que se enfrentan los Tsimane’ es tremendo. ¿Cómo sobrevivir entre las fuerzas del desarrollo económico y la globalización sin que su pueblo se vea condenado al destierro y su cultura a la extinción? Yo todavía no tengo una respuesta clara, esperemos que el tiempo y la experiencia nos la brinden. Si hay una cosa que tengo clara es que en la brújula del tiempo, no hay norte ni sur, ni buenos ni malos, ni blanco sin negro, ni luz sin oscuridad.


Álvaro Fernández-Llamazares es investigador en formación del Laboratorio de Etnoecología de la Universidad Autónoma de Barcelona (http://icta.uab.cat/Etnoecologia). Como parte de sus estudios doctorales, vivió durante 15 meses con el pueblo tsimane’. Es uno de los autores del libro Cambio global, cambio local. Lasociedad tsimane’ ante la globalización, de la Icaria editorial.




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