miércoles, 27 de junio de 2007

La vida de Idris Ali (versión larga)

Esta mañana hemos leído en La Contra de La Vanguardia una entrevista que mantuvieron Ima Sanchís e Idris Ali, escritor nubio que recientemente ha publicado con nosotros El nubio en la casi recién estrenada colección Nadhari.

Nosotros tenemos un escrito de Ali que viene a complementar la entrevista de La Contra, y que os presentamos en exclusiva.


Desde que era niño tenía el sueño de poder volar y alcanzar alguna de aquellas estrellas lejanas que salían y desaparecían, brillaban y se apagaban. Esa estrella era para mí la gloria que procuraba alcanzar. Al contrario de la gente de mi pueblo, pequeño y alejado, de gentes muy pobres y muy humildes, que no buscaba estrellas, sino que vivían soñando sólo con si la comida siguiente les alcanzaría. Y dando las gracias a Dios.

Yo no pertenecía a esa realidad, tenía grandes sueños. Los sueños de mis compañeros de infancia se colmaban con una chilaba nueva, o, como mucho, con un par de zapatos nuevos para la fiesta. Mi pregunta siempre era ¿dónde hacerse uno con una estrella? Me respondían: En El Cairo, la ciudad madre del mundo, como la llaman los egipcios. Pero mi madre no me dejaría ir. Desoyendo las órdenes de mi padre, una vez intenté infiltrarme en uno de los barcos que partían hacia allí, pero me pillaron. Desde entonces iba controlando los barcos veleros que pasaban con dirección a Aswan y al final me metí en uno de esos veleros, entre los familiares que subían a bordo para despedir a algún viajero. Me quedé en el sótano y nadie se dio cuenta hasta llegar a puerto. Desde allí fui a la ciudad a pie y en tren, donde pasé la noche escondido en los aseos y debajo los asientos hasta llegar a El Cairo.
Ay, por Dios... ¿Qué es esto? Vaya atascos, ruido, gente descalza, mendigos... Parece que la ciudad madre no conoce la igualdad, pensaba yo. ¿Cómo podría ser distinguido entre todo esto? Tras un largo recorrido pude localizar a mi padre. Vivía en una habitación pobre y agobiante en el barrio Bulak y me recibió con broncas; trató de ponerme en un colegio estatal pero mi edad no correspondía, y al fin me dejó para conocer la ciudad, la gente y mejorar mi árabe para poder encontrar un trabajo. Las calles de este tipo de barrios consideradas están como la mejor fábrica de hombres, pero también es una fuente de donde emana todos los males. Yo no quería para mí el destino que mis compatriotas nubios compartían; trabajar como portero o camarero en una casa de algún rico.

Por eso la calle podría ser mi punto de partida hacia la gloria.
La calle egipcia, en esa época antes de la revolucion de 1952, siempre estaba agitada; los jóvenes de estos barrios no tenían ni bibliotecas ni campos de fútbol, jugaban en las callejuelas estrechas del barrio. Había detectives de todo tipo que buscaban niños con talento para el fútbol. Los jóvenes que no eran futboleros eran un buen objetivo para otro tipo de detectives; los que buscaban chavales para crear una nueva generación de chorizos. Otros, como los representantes de los grupos comunistas, buscaban nuevos cuadros, tambien los representantes de los Hermanos Musulmanes... todos buscaban jóvenes para sus canteras.

Yo siempre estaba mirando de lejos la escena, hasta que conocí a un chaval como yo que amaba la lectura y juntos leímos juntos novelas de bolsillo traducidas de la literatura mundial, tipo Arcine, el simpático y bondadoso ladrón que robaba a los ricos para dar a los pobres. Otras veces seguía a los chicos que recorrían las calles de los barrios ricos atacando a los amantes en sus coches en la orilla del Nilo al grito de ¡los carneros que suelten las ovejas! De uno de esos coches, salió un señor y me agarró —los demás salieron volando—,me llevó a la comisaría Kasr El Nil, me dieron una paliza, me llevaron a la cámara de detención y allí los detenidos intentaron violarme.

Desde entonces evito entrar en contradicción con las autoridades, o pasar por la comisaría. El día siguiente llamaron a mi padre, que decidió buscarme un trabajo, me compró el uniforme de trabajo, un caftán,un cinturón verde y un fez, y me puso a servir en una familia de clase media egipcia. El servidor nubio estaba de moda, entonces. Mi sueldo era de una libra, y en él entraba también la comida y la ropa. Fue la primera ofensa en mi vida, pero la experiencia fue buena porque la dama de la casa era muy civilizada, se pasaba todo el día leyendo y una noche dejó el libro que leía en el salón y por curiosidad lo cogí y pasé toda la noche leyéndolo. Un libro muy interesante, diferente de los libros de aventura que leía antes, un libro que habla de la miseria y la pobreza como si estuviera contando la historia de mi vida. El autor era Maxim Jorki y el libro hablaba de un niño que era igual que yo de pequeño y luego se convertía en un gran escritor hasta llegar a ser ministro. Pero, ¿eso era posible? La señora entró de repente y me preguntó;

—¿Te gusta leer?
—Como puede ver, sí.
—¿Te ha gustado el libro?
—Quiero ser como él.
—¿Cómo quién?
—Como ese Jorki.
—Sí, pero eso es muy difícil.
—¿Por qué?

Me dio la primera lección de mi vida literaria. Dijo: en esos países escriben en el mismo idioma que hablan, pero nosotros los árabes tenemos una dualidad idiomática para escribir y hablar. En tu caso, el talento y la lectura libre no son suficientes, tienes que leer todo el patrimonio cultural árabe, y estudiar la gramàtica, el dictado... y todo eso lo da la educación regular, a mí, que soy licenciada en filología árabe, todavía me cuesta la gramàtica... ¿cómo escibirás tú con tu nivel tan bajo de árabe, que feminizas el masculino y masculinizas el feminino?

Eso me apenó, pero seguí leyendo en mi tiempo libre, y ella me ayudaba a escoger los libros. Leí a Hemingway, Shakespeare, Dostoievski y Chéjov, decidí seguir su recomendación de volver al colegio, y fui a llorarle a mi padre para que me ingresara a cualquier colegio. Me llevó a un colegio privado muy costoso para él, a condición de trabajar durante el verano para sufragar parte de mis gastos... Trabajé de mozo en un almacén, y como planchador de ropa, distribuidor de medicamentos... iba ganando experiencia en el trato con la gente aunque éstas me molestaran. Mi proyecto de estudiar fracasó porque mi padre ya no podía hacerse cargo de los gastos. Además me aburrí de la forma de enseñar; tenía que memorizar mucho, y yo prefería la lectura libre.

Un pobre que abandona al colegio, pero sueña con las estrellas, con ganas de alcanzar la cumbre. Empecé a seguir la historia de los sureneos de éxito. Alaqqad fue el primero de ellos pero sólo después de haber devorado la mitad de los libros del mundo y poseer un cerebro tremendo, una capacidad sobrenatural de comprender y percibir. Era un fenómeno extraordinario y difícil de repetir. O Hanafy Bastan, que era una estrella de fútbol, pero el fútbol no me interesaba tanto. O el actor Ali Elkassar, que imitaba siempre a los nubios en sus obras. Intenté destacar con la música y el baile nubio, y con la pintura, pero nunca hice ningún progreso. Me harté de mi vida. ¿Cuántas veces intenté suicidarme?

Volví a mi sueño literario, mi proyecto principal. Me matriculé en el instituto de estudios islámicos para mejorar mi árabe, junto a estudiantes de muchos países. Llegué a descubrir el camino hacia los centros culturales —sobretodo el ruso— y eso reveló la distancia entre los estudios y la lectura libre ,empecé a desatender el instituto, entraba en polémicas con mis profesores, me expulsaron. Seguía mis lecturas en todas partes, hasta en el baño, pero los libros eran caros y las bibliotecas complicaban los trámites de préstamo, no había ningún centro juvenil que atendiera a los jóvenes de los barrios pobres, excepto los de los partidos secretos, como el partido comunista, o los Hermanos Musulmanes, pero yo me sentía ajeno a todas las tendencias, mi única preocupación era leer y comer. Ejercí trabajos humildes que no duraban más que unos días. Mi padre siempre andaba preocupado por mí. Un día me vio con un libro y me preguntó;

—¿Qué haces hijo?
—Leo.
—¿Qué ventaja tiene esto?
—Es mi afición.
—¿Y tu futuro?
—No sé.
—Escucha hijo mío; por más que leas no conseguirás nada. Egipto es un país donde hace falta tener carreras u oficios, y tú no tienes nada de nada.
—¿Y qué hago?
—Tú mismo.

Me hice yo la pregunta que voy a hacer?no puedo ser como Jorki ni Alaqqad, y tomé la grave decisión de enviar unos cuentos cortos a una revista y me los publicaron en 1969. Escribí un cuento sobre la guerra de Yemen que nadie quiso publicar,lo consideraron un desastre. Me obligaron a pedir permiso a las autoridades militares para ver si lo podía publicar o no. Tuve la sensación que las autoridades me perseguían, por eso dejé el ejercito, por imaginaciones que el estado pudiera agobiar a un gran escritor. Muy poca pensión, pero era libre. Volví a los trabajos humildes, al paro y al sufrimiento porque nadie prestaba atención a mis obras, no formaba parte de ningún grupo o partido político.

Fui a visitar el nuevo pueblo donde estaba mi madre después del desplazamiento de los nubios, un sacrificio que Egipto nunca agradeció. Mi madre, en su lecho de muerte, me pidió que la enterraran en la antigua Nubia. Escribí una novela sobre los nubios que se titula Dongola, la última capital del reino nubio en Sudan, y me trataron de separatista, algunos llegaron al extremo de acusarme a mí y a todos los nubios de traidores. Pero la novela tuvo éxito a nivel internacional, y me hizo ganar el premio de la Universidad de Arkansas para literatura extranjera en USA. Pero por otro lado, mis crisis hicieron que mi hijo enfermara, hasta que se mató.

Ahí se quemó mi estrella en el espacio infinito.

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