Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla. Su web personal.
Una de las cuestiones que más llama la atención de los ciudadanos normales es de dónde va a salir o de dónde están saliendo los cientos y cientos de miles de millones de dólares que los bancos centrales y el tesoro norteamericano están poniendo a disposición de los bancos.
La pregunta es pertinente porque realmente sorprende la magnitud del apoyo que se destina a los ya de por sí más ricos del mundo.Y sorprende, sobre todo, si se compara con otras necesidades para las que nunca hay dinero.
Según las Naciones Unidas cada día que pasa mueren alrededor de 5.000 niños de sed. Para dar agua potable a todo el planeta se necesitarían 32.000 millones de dólares (y frenar la avaricia criminal de algunas de las grandes multinacionales, claro está).
En el mundo hay 925 millones de personas que pasan hambre y quizá otros tantas severamente desnutridas. Para acabar con ese drama la FAO afirma que serían necesarios 30.000 millones de dólares.
Es decir, que para que nadie en el mundo muriera de hambre o de sed, solo sería necesario más o menos el 40% de lo que el Banco Central Europeo inyectó en los mercados solo el pasado día 29 de septiembre.
Es normal que los ciudadanos se hagan preguntas sobre este asqueroso e inmoral contraste. Que se pregunten cómo es posible que el hambre y la sed de 1000 millones de personas no se considere una crisis suficientemente seria como para que los bancos centrales aporten la financiación que pudiera resolverla. Y, como he dicho al principio, que se pregunten de dónde sale tantísimo dinero a disposición de los ricos.
Más en Rebelion.
Una de las cuestiones que más llama la atención de los ciudadanos normales es de dónde va a salir o de dónde están saliendo los cientos y cientos de miles de millones de dólares que los bancos centrales y el tesoro norteamericano están poniendo a disposición de los bancos.
La pregunta es pertinente porque realmente sorprende la magnitud del apoyo que se destina a los ya de por sí más ricos del mundo.Y sorprende, sobre todo, si se compara con otras necesidades para las que nunca hay dinero.
Según las Naciones Unidas cada día que pasa mueren alrededor de 5.000 niños de sed. Para dar agua potable a todo el planeta se necesitarían 32.000 millones de dólares (y frenar la avaricia criminal de algunas de las grandes multinacionales, claro está).
En el mundo hay 925 millones de personas que pasan hambre y quizá otros tantas severamente desnutridas. Para acabar con ese drama la FAO afirma que serían necesarios 30.000 millones de dólares.
Es decir, que para que nadie en el mundo muriera de hambre o de sed, solo sería necesario más o menos el 40% de lo que el Banco Central Europeo inyectó en los mercados solo el pasado día 29 de septiembre.
Es normal que los ciudadanos se hagan preguntas sobre este asqueroso e inmoral contraste. Que se pregunten cómo es posible que el hambre y la sed de 1000 millones de personas no se considere una crisis suficientemente seria como para que los bancos centrales aporten la financiación que pudiera resolverla. Y, como he dicho al principio, que se pregunten de dónde sale tantísimo dinero a disposición de los ricos.
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