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jueves, 7 de marzo de 2013

El sueño de Xi Jinping. Artículo de Xulio Ríos y su presentación en Barcelona.

El día 28 de febrero en Barcelona organizamos un debate, en la Casa Asia, sobre los retos del futuro de China. Las desigualdades sociales crecientes son uno de los retos principales del nuego gobierno de Xi Jinping. A continuación fotografías del acto y un artículo de Xulio Rios en El País.




El sueño de Xi Jinping

Xulio Rios | elpais.com | 3 de marzo de 2013

A Xi Jinping, el flamante secretario general del Partido Comunista de China (PCCh) que este mes asume también la presidencia del Estado, le esperan arduas tareas. Sin duda, la primera alude a la necesidad de mantener el elevado ritmo de crecimiento económico, base principal de la estabilidad sociopolítica del gigante asiático. Y, en efecto, lograr el objetivo de duplicar el PIB en 2020 respecto a 2010 exigirá medidas muy audaces cuando los pilares tradicionales del crecimiento (mano de obra barata, inversión exterior, exportaciones) van pasando a mejor vida.
Transformar el modelo de desarrollo a una velocidad de crecimiento superior al 7% tampoco será cosa fácil. Si para ello debe propiciar una sociedad de bienestar a la china que desincentive al ahorro y estimule el consumo, el gasto social debe crecer exponencialmente. Conviene recordar que pese a los esfuerzos de los últimos años, el sistema de seguridad social en China es notoriamente insuficiente. A finales de 2011, unos 500 millones de chinos disponían realmente de seguro de enfermedad y apenas unos 300 millones disfrutaban de algún tipo de pensión. Subsidios de desempleo, maternidad o accidentes de trabajo constituyen aún ambiciones que están fuera del alcance de las grandes mayorías. Los progresos en la sociedad de consumo no son posibles sin una protección social eficaz y una mejor distribución de las rentas. Sin corregir esta situación, el riesgo de desplome de la economía china crece enteros.
Otro frente clave que incide en la que pretende ser la seña de identidad de su mandato (la cercanía a la población) es la mitigación de las desigualdades. El coeficiente Gini de China pasó de 0,412 en 2000 a 0,61 en 2010. Las buenas palabras hace tiempo que han perdido su valor y se exigen acciones precisas. Una de ellas, la más publicitada, duplicar el PIB per capita en 2020 con respecto a 2010, pudiera no ser suficiente. El llamado Libro Azul de la Academia de Ciencias Sociales de China advierte en su última edición de que los conflictos sociales serán cada vez más numerosos, variados y complejos, destacando tres variables clave: las expropiaciones de tierras y demoliciones de casas, la contaminación ambiental y las disputas laborales. Ninguno de estos problemas es novedoso, pero su agravamiento demuestra la ineficiencia de las políticas oficiales aplicadas hasta ahora.

La gesticulación de Xi Jinping se ha centrado, por el momento, en dos mensajes que le pueden granjear una inicial simpatía popular. En el frente interno, como su antecesor, alza la voz contra la corrupción y los privilegios de la burocracia, un discurso fácil que siempre cosecha aplausos, aunque también despierta reticencias. Está bien promover la transparencia, la autoridad de la Constitución y del sistema legal, desmitificar la actividad de los dirigentes, etcétera, pero cuando estas medidas van acompañadas de nuevas vueltas de tuerca para poner fin a las “irregularidades” en Internet o la lucha contra la corrupción elige como bandera a figuras como Li Chuncheng, subsecretario del PCCh en Sichuan y partidario de Zhou Yongkang, valedor de Bo Xilai, es inevitable especular con segundas intenciones en su discurso.
Gran parte de la fragilidad política que afronta el PCCh radica en la pérdida de credibilidad social, muy agrietada a pesar de los importantes logros económicos de los últimos años. Cuando Xi advierte que la corrupción amenaza con colapsar el Estado no está exagerando. Esa es la percepción de gran parte de la sociedad china. En su reciente visita a la provincia de Guangdong, en el sur del país, imitando la gira realizada hace 20 años por Deng Xiaoping, quiso transmitir la idea de un nuevo impulso, con un discurso más cercano y menos pomposo, pero aportar aire fresco y no solo moralina exige cambios estructurales de difícil asunción.
Un último gesto revelador se ha centrado en el ejército, instando a aumentar su nivel de exigencia y su capacidad de respuesta militar. El aumento de las tensiones con Japón y en el mar de China meridional le conmina a expresar una mayor determinación que la de su predecesor. Dicha dinámica es inseparable del deterioro de las relaciones con EE UU, que pierden energía positiva a gran velocidad. Una reciente encuesta señalaba que el número de chinos que ven a EE UU como un país hostil se ha triplicado (del 8% al 26%) reduciéndose a la mitad los que le atribuyen una actitud cooperativa (del 68% al 39%). Por otra parte, solo un 26% de estadounidenses le otorgan su confianza a China. Congraciarse con la población exaltando la reducción de la diferencia de poder se traduce en un aumento del distanciamiento de sus principales socios.
La estrategia de recuperación de la confianza social puesta en marcha por Xi Jinping reivindica la pertinencia del sueño chino, una aspiración colectiva asociada al renacer de la nación. Un popular refrán dice que dos personas pueden dormir en la misma cama y no compartir el mismo sueño. Ese temido divorcio entre PCCh y sociedad puede quitarle el sueño a Xi Jinping.


Nota de prensa de la presentación de la agencia china Xinhua: http://www.icariaeditorial.com/contenido/noticia_detallada.php?id=149&img=3




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Xulio Rios 


martes, 5 de febrero de 2013

Una China más rica, con trabajadores más empobrecidos. Un artículo de Xulio Rios


Xulio Rios | Periódico Diagonal

Los últimos años de la década de Hu Jintao (2002-2012), quien en noviembre pasado cedió la secretaría general del Partido Comunista de China (PCCh) a Xi Jinping, han estado marcados por el resurgir de las tensiones laborales, significándose dicha tendencia con entidad propia frente a los tradicionales incidentes, in crescendo de año en año, centrados sobre todo en las rebeliones campesinas frente a los abusos de poder (demoliciones, expropiaciones de tierras, etc.) y las fragilidades ambientales. El protagonismo principal de este movimiento laboral ha recaído en las empresas de inversión extranjera (japonesa, coreana, taiwanesa, etc.) con demandas relacionadas especialmente con el aumento de los ingresos y la mejora de las duras condiciones de trabajo.
Gran parte de dichos litigios se saldaron con importantes victorias para los colectivos laborales, multiplicando su autonomía reivindicativa frente a las patronales, a menudo de espaldas al sindicalismo oficial con una labor centrada en la preservación de la armonía social y la estabilidad a partir de una extendida presencia tentacular. Son conocidos los déficits de la situación laboral en China, y se diferencian con nitidez tres grandes escenarios: el sector público, el privado y las empresas de inversión extranjera. También los frentes de inquietud: la inseguridad laboral, los impagos de salarios, el estatus de la población inmigrante, etc. Tras la entrada en vigor en 2007 de la nueva legislación en esta materia, pocas cosas han cambiado.

El nuevo modelo de desarrollo

 

El estallido de la crisis global desaconsejaba a las autoridades la aplicación de un extremado celo. No obstante, la reducción de las exportaciones en una economía que ha basado su elevado ritmo de crecimiento en su orientación hacia el exterior, ha propiciado un giro de 180º al tratar de convertir el consumo interno en el nuevo soporte del desarrollo. Así, en los últimos tiempos, donde antaño los bajos salarios se esgrimían como atractivo para multiplicar las inversiones, las mejoras salariales proliferan por doquier con incrementos superiores al 10%. El Gobierno chino ha “sugerido” un incremento anual medio del 13% en el vigente quinquenio. Y en el XVIII Congreso del PCCh se fijó el objetivo de duplicar en 2020 el PIB per cápita de 2010. Beijing ha venido jactándose en los últimos años de prestar una mayor atención a los colectivos olvidados. En efecto, los ingresos aumentan y las condiciones mejoran, en
especial en las zonas costeras, de donde ahora emigran las multinacionales buscando en el interior del país,
en las atrasadas regiones del centro y el oeste, la competitividad perdida.
Dicho proceso se complementa con importantes inversiones públicas en salud, educación y en otros rubros de signo social, incluyendo la anunciada reforma del hukou o permiso de residencia, que establece un apartheid entre titulares y no titulares de derechos básicos en función de la tenencia o no del título habilitante de residente urbano.
Casi 200 millones de inmigrantes del campo, aquellos que han obrado gran parte del milagro chino, viven en las grandes ciudades privados de sus derechos más elementales. Si ellos, al igual que la población rural, fueron determinantes para que China pudiera llevar a buen término su milagro económico, también sobre ellos, ahora como voraces consumidores, parece recaer la responsabilidad última de asentar las bases del cambio en el modelo de desarrollo, ya veremos si sostenible.
China se ha hecho rica, pero los trabajadores se han empobrecido. Según la Academia de Ciencias Sociales de China, la parte del PIB destinada a salarios se ha reducido del 56,5% en 1983 al 36,7% en 2005. En 2009, en virtud de las nuevas políticas, se acercó al 40%. Por el contrario, el índice de desigualdad no mejora. El coeficiente Gini de China pasó de 0,41 en 2000 a 0,61 en 2010, convirtiéndola en uno de los países menos igualitarios del mundo. Sin la corrección en estos índices, el nuevo modelo de desarrollo será un fracaso.
La mejora de la situación general de los trabajadores chinos se deriva entonces de la necesidad de integrarles como sujetos activos de las nuevas estrategias de desarrollo centradas en la promoción del consumo interno. No es resultado de una lectura interna que restablezca su importancia en términos discursivos como agente indispensable para lograr procesos equilibrados basados en la justicia social.
Buena prueba de ello es que el buró político elegido en el XVIII Congreso del PCCh por primera vez desde 1949 no incluye a un representante del movimiento sindical. Wang Zhaoguo, actual presidente de la Federación Nacional de Sindicatos de China, tuvo el “honor” de ser el último exponente de una larga tradición, liquidada sin ambages a favor de un celebrado aumento de la presencia empresarial en la otrora considerada vanguardia del proletariado.

Huelgas de trabajadores desde hace años

En los últimos años las huelgas de trabajadores chinos han sido recurrentes. Este año 2013 se ha iniciado con nuevos paros contra multinacionales y empresas extranjeras, y otros como la huelga llevada a cabo por el periódico Semanario del Sur, cuyos trabajadores aceptaron finalizar la huelga contra la censura gubernamental a cambio de la dimisión del jefe de propaganda de la provincia de Guangdong, Tuo Zhen, según informaron agencias extranjeras.
2011 fue el año en el que las protestas fueron más numerosas en diversas fábricas del país. Una de las huelgas más significativas fue la llevada a cabo por más de mil trabajadores de una planta que la firma de relojes Citizen tiene en la localidad de Shenzhen por la decisión de la compañía de descontarles de su salarios las pausas para ir al baño.




lunes, 21 de enero de 2013

Entrevista a Xulio Rios en La hora de Asia RNE. China: viejos y nuevos retos

Xulio Ríos,autor de "China pide paso", director del Observatorio de la Política China y asesor de Casa Asia, nos resume la evolución de los acontecimientos en los últimos años y explora los desafíos que tienen por delante los nuevos dirigentes del país. 







jueves, 8 de noviembre de 2012

El XVIII Congreso del Partido Comunista de China. Un artículo de Xulio Ríos

En breve publicaremos en Icaria Editorial un libro de Xulio Ríos sobre las transformaciones decisivas de la China actual. Para ir introduciendonos en tema tan importante como este os dejamos un artículo suyo sobre el XVIII Congreso del Partido Comunista de China. un congreso clave para los equilibrios de poder a nivel mundial y para los mermados derechos de la población china.




Xulio Ríos| Rebelion.org

El 8 de noviembre se inaugura en Beijing el XVIII Congreso del Partido Comunista de China (PCCh). El cónclave se reúne cada lustro y consiguió una notable regularidad tras el inicio de la política de reforma y apertura (1978). En esta ocasión, el PCCh se enfrenta a uno de los relevos en el liderazgo más importantes de los últimos tiempos e igualmente a la definición del rumbo socioeconómico y político a seguir tras una década marcada por el énfasis del binomio Hu Jintao-Wen Jiabao en la construcción de una sociedad armoniosa y la implementación de la llamada concepción científica del desarrollo.

Las cuatro garantías
Las preocupaciones centrales de los dirigentes chinos se centran en cuatro aspectos: como garantizar el alto ritmo de crecimiento económico, como garantizar la estabilidad social, como garantizar la preservación de la soberanía nacional y como garantizar la hegemonía política del PCCh. En el primero aspecto, conviene señalar que, en efecto, tras un largo período de crecimiento de dos dígitos, la economía china encara ciertas dificultades (el crecimiento en el tercer trimestre ascendió al 7,4%, sumando siete trimestres consecutivos a la baja) derivadas tanto de los efectos de la crisis global -la economía china es altamente dependiente de las exportaciones- como de los ajustes en el modelo de desarrollo. Aun así, el crecimiento en 2012 podría rondar el 8%. Las transformaciones en curso en el plano ambiental, social y tecnológico, recogidas en el plan quinquenal en vigor hasta 2015, auguran, no sin tensiones, un cambio sustancial en el modelo productivo que no obstante debe encarar alteraciones estructurales que no disfrutan de pleno consenso en el liderazgo chino.
En el segundo aspecto, es preciso tener en cuenta que uno de los efectos más nocivos de los cambios operados en el país es el avance desmedido de las desigualdades de todo tipo, tanto en el ámbito urbano como entre la ciudad y el mundo rural, alcanzando uno de los niveles más elevados del mundo. En los últimos tiempos, la preocupación por la armonía social, en un contexto de multiplicación de los conflictos y rebeliones cívicas, reveló la importancia de situar a las personas como referente central de las políticas públicas. No obstante, a pesar del avance en los ingresos de la población y de la mayor inversión pública en bienestar, las desigualdades siguieron creciendo, al igual que el descontento social con las políticas gubernamentales. Junto a la corrupción, las desigualdades inciden de forma destacada en la pérdida de credibilidad del PCCh. Los desafíos sociales, ya hablemos de política demográfica -población flotante, planificación familiar, jubilados- o educación, salud, etcétera., configuran uno de los retos mayores de la China moderna.
Un tercero aspecto guarda relación con la preservación de la soberanía nacional, un elemento esencial en un proyecto que ambiciona cerrar el ciclo histórico de decadencia iniciado hay más de dos siglos y que la llevó a ser víctima de la depredación occidental. El marco de interdependencia en el que se desarrolla la economía china no obsta para hacer hincapié en la importancia de su autonomía en todos los planos, incluida la singularidad de su cultura, al frente de una estrategia de afirmación de su poder blando. Esta preocupación crecerá en los próximos años especialmente ante el temor de que una mayor apertura al exterior de su economía debilite el actual blindaje que protege frente a hipotéticas intervenciones desestabilizadoras externas que podrían lograrse por medio de una mayor presencia en sectores como el financiero (especialmente la medida que se internacionalice el yuan) o los servicios.
Por último, las tensiones que habitan en un partido que aglutina a 82 millones de miembros frente a una sociedad de más de 1.300 millones que reclama dosis crecientes de autonomía frente al poder, obliga a revolucionar las coordenadas básicas del sistema político, un asunto que carece de consenso interno y que se conduce con enormes reservas y timoratismo.

Dos debates principales
Las cuestiones clave que convergen en este congreso tienen dos dimensiones principales. En el orden económico, tras el informe China 2030 elaborado a instancias del Banco Mundial y del Consejo de Estado, la revisión del modelo económico es un dato central. En efecto, hasta ahora, sin perjuicio de la existencia de una economía privada al alza, los sectores estratégicos continúan en manos del poder público. Un estudio reciente concluía que los beneficios de las 500 mayores empresas personales chinas eran inferiores a los obtenidos por China Mobile o Sinopec. El sector público, en manos del Estado-Partido, confiere un enorme poder de intervención en la economía y en el rumbo de las políticas económicas. La controversia, evidenciada en las diferencias entre la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma y el Banco Popular Central, ilustra sobre las posibilidades de pervivencia o no de un modelo homologable. La insistencia en una segunda ola privatizadora con el epicentro en el sector público será uno de los pulsos clave de los próximos años en China.
Una segunda cuestión está relacionada con la reforma política, a cada paso más necesaria para acompañar las profundas mutaciones que está experimentando la sociedad china, con una clase media ascendente, profundamente irritada ante la reiteración de casos de corrupción o abuso de poder, las limitaciones de las libertades públicas básicas y la incapacidad de la burocracia para tolerar mínimas cuotas de participación social. La democracia deliberativa, ensayada a partir de 2006, es celebrada por algunos sectores en tanto primer paso de una democracia incremental que acepte la mayoría de edad de un país que reclama no solamente una mayor calidad del ejercicio público sino la revisión del actual modelo de relaciones poder-sociedad.
Si en el XVII Congreso (2007), el PCCh se comprometió a promover la democracia intra-partido (selección de cuadros, más transparencia, código ético renovado), registrándose muy modestos avances en este sentido, la demanda de un mayor control público de la acción de gobierno puede marcar el inicio de una nueva concepción de la estabilidad que excluyendo el pluralismo partidario ensaye la recreación de mayores espacios para la sociedad civil.
Un eje que reclama una especial atención es la problemática de las nacionalidades minoritarias, muy notoriamente en Xinjiang y en Tíbet, donde se suman ya 60 inmolaciones ponerlo fuego desde marzo de 2011. El inmovilismo en esta cuestión representa una considerable amenaza para la estabilidad.
La política exterior
El protagonismo ascendente de China en el entorno internacional y el incremento de las tensiones estratégicas con sus principales competidores auguran nuevas perspectivas para la acción diplomática china, tanto en su articulación interna entre los diversos actores, aquejados de cierta fragmentación nos últimos tiempos, como nuevos debates a propósito de la intensidad del discurso público en un contexto marcado por el incremento de las tensiones marítimo-territoriales y los reajustes geopolíticos, especialmente en el entorno asiático con el nacimiento de esa nueva trilateral conformada por Japón, India y EUA. Así pues, si bien la importancia de los desafíos económicos y la evolución sistémica seguirán recibiendo una atención preferente, la agenda exterior china ganará en contenidos y presencia, yendo más allá de sus cometidos tradicionales hasta ahora muy dependientes de la estrategia económica del país.

Corrientes internas y nuevos dirigentes
Es el tiempo de la quinta generación. Se espera un 65 por ciento de nuevos miembros en el Comité Central. Tras la defenestración del líder de Chongqing y miembro del Buró Político, Bo Xilai, la corriente neomaoísta vio seriamente frenadas las expectativas de un aumento de su influencia en el liderazgo central. Las principales facciones que hoy convergen en el liderado chino atienden a varias denominaciones en función de sus acepciones territoriales (clan de Shanghái), afinidades personales (Jiang Zemin), trayectorias sectoriales (Liga de la Juventud) u orígenes familiares (príncipes rojos o hijos de altos dirigentes). Probablemente, la más aconsejable es aquella que diferencia entre elitistas y populistas, o entre liberalconservadores y socialreformistas, entre los que suman liberalismo económico y conservadurismo político y los que apuestan por una política más social con avances reformistas en el sistémico.
El Comité Permanente del Buró Político, máximo órgano del PCCh, reducirá sus integrantes a siete (actualmente son 9). Entre ellos figurarán con seguridad Xi Jinping, próximo secretario general y presidente del Estado) y Li Keqiang (futuro primer ministro). Podrán acompañarlos Wang Qishang (hoy vice primer ministro), Zhang Dejiang (actual líder de Chongqing), Zhang Gaoli (jefe del partido en Tianjin), Liu Yunshan (responsable de propaganda). La duda final resta entre Li Yuanchao, jefe del departamento de organización, y Yu Zhengsheng, responsable del partido en Shanghái. Entre ellos deben repartirse las responsabilidades de la presidencia de la Asamblea Popular Nacional, de la Conferencia Consultiva Política, de la Comisión Disciplinaria, Vicepresidencia del Estado, Propaganda. Wang Yang, jefe del partido en Guangdong, quedaría fuera por ser considerado demasiado reformista, asegurando un amplio consenso centrista.
Con esa probable radiografía, Jiang Zemin mantendría su influencia a través, especialmente, de Zhang Dejiang y Zhang Gaoli. Mientras, Hu Jintao, además de Li Keqiang, contaría con la cercanía de Liu Yunshan y, de darse el caso, de Li Yuanchao o hasta Yu Zhengsheng, ambos más progresistas que Zhang Dejiang o Zhang Gaoli. Wang Qishang se considera un discípulo del ex primer ministro Zhu Rongji. Xi Jinping, príncipe rojo y próximo al clan de Jiang Zemin-Zen Qinghong, sería continuador de ese equilibrismo representado por Hu Jintao, aunque algunos vaticinan un liderazgo más fuerte.
La Comisión Militar Central, otro órgano clave, también experimentará una importante renovación. Siete de un total de diez miembros deben ser sustituidos, con un balance probablemente favorable a Xi Jinping, con ascendencia en las filas del Ejército Popular de Liberación. A diferencia de su antecesor Jiang Zemin que retuvo la presidencia de esta comisión durante un par de años tras abandonar la secretaría general del PCCh, se aguarda que Hu Jintao acelere el relevo.

Conclusión
El balance previsible de este XVIII Congreso del PCCh apunta a dos claves principales. En primero lugar, la preservación del consenso a propósito de la continuidad de la reforma en un contexto de avance de la colegialidad y de la dispersión del poder. En segundo lugar, un nuevo impulso a las reformas económicas, especialmente en el ámbito financiero (experimentándose en buena medida en Wenzhou) con una lentitud mayor en el desmantelamiento de los grandes monopolios públicos y en la definición concreta de reformas políticas que no pongan en tela de juicio la preservación de la base del poder y de la hegemonía del PCCh.