Michel Warschawski, referente del movimiento antisionista y autor de Icaria
"En Israel no se habla de las personas que viven en Gaza"
Alberto Pradilla-Aritz Intxusta.
"En Israel no se habla de las personas que viven en Gaza"
Alberto Pradilla-Aritz Intxusta.
02-02-2009, Gara
Nacido en Estrasburgo pero instalado en Israel, es un referente del movimiento antisionista que trabaja dentro del propio Estado hebreo. En su larga trayectoria ha denunciado la concepción de Israel como estado exclusivo para judíos y alerta de la deriva ultraderechista de la sociedad israelí.
«Tras lo de Gaza, hemos logrado que cualquier persona desde Marruecos hasta Irak nos considere bárbaros», afirma Michel Warschawski en la entrevista a Alberto Pradilla y Aritz Intxusta, colaboradores de GARA en Palestina. Con una amplia trayectoria en organizaciones de izquierda, analiza las repercusiónes de la ofensiva y la respuesta la sociedad israelí.
¿Cómo valora la masacre que el Ejército israelí ha provocado?
El comportamiento político y militar fue terrible. No es la primera vez que el Ejército israelí ataca a civiles, que provoca masacres. Pero palabras como las de Tzipi Livni, que afirmó haber demostrado que «somos capaces de volvernos locos», rompen la evolución anterior. Esto es muy peligroso. El Estado ha demostrado que no tiene límites, que no le importa matar a cientos y cientos de personas.
La fecha elegida tampoco es casualidad. Las elecciones se celebrarán el 10 de febrero.
Es obvio que Israel utilizó los últimos días de George W. Bush y de su gobierno conservador antes de la llegada de Obama, que podría hacer otro tipo de política en la zona. También hay que tomar en cuenta que tenemos elecciones, aunque no es una cuestión determinante. Sí ha existido una competición entre los diferentes líderes israelíes para ver quién era el más duro, el más cruel. Es un debate estúpido, ya que en esta carrera no ganará nadie salvo la extrema derecha. Cuando se pone en marcha una carrera a ver quién alcanza mayores cotas de brutalidad, siempre ganarán los políticos más brutales.
Pero las encuestas han mostrado un apoyo unánime de la sociedad israelí a la guerra. ¿No han seguido estos grupos las líneas que les marcaba su propia ciudadanía?
Sí. Esta es una pregunta real para la que no tengo respuesta. En ninguno de los conflictos en los que ha entrado Israel desde 1992, salvo éste, ha habido un consenso nacional. Ni en la guerra de Líbano, ni en la segunda Intifada. En estos conflictos, quizá no de forma inmediata, pero progresivamente se creó una fuerte oposición. A pesar de que al principio todos los partidos y organizaciones las apoyaban, rápidamente se produjo una división. Por el contrario, ahora hay unanimidad a la hora de apoyar esta agresión. Tenemos consenso nacional en practicar una violencia unilateral sobre una población. Recientemente, apareció un artículo en «Haaretz» en el que se preguntaba por qué se está hablando de una guerra si no tenemos enemigo, no tenemos a otro ejército en frente. Es una broma macabra. Esto no es Líbano, donde caían misiles, ni como en los 90, cuando teníamos suicidas en Jerusalén. Ahora no hay nada de eso, salvo estos Qassam ridículos, que nadie puede tomarlos en serio, salvo los que viven en Sderot. Pero a pesar de todo, tenemos consenso nacional.
Pese al giro hacia la derecha en Israel, ¿cómo se puede mantener el apoyo a una agresión después de ver las imágenes de destrucción que llegan de Gaza?
Para Israel, desde hace tiempo, Gaza no es un lugar donde viven un millón y medio de niños o estudiantes. Gaza es una entidad hostil. De este modo, no se ataca a individuos o ciudades, se ataca a un ente. Los israelíes no hablamos de las personas que viven en Gaza. Esto es muy importante para entender la conciencia colectiva. Cuando Isaac Rabin dijo que soñaba con que Gaza se hundiese en el mar, estaba expresando exactamente esto. Gaza es una abstracción. De este modo no piensas. Evitas una serie de reacciones humanas ante la masacre, porque para ti Gaza es un monstruo.
Volviendo al período electoral, lo cierto es que las encuestas dicen que la masacre ha ayudado a subir a los laboristas, que habían perdido buena parte de su apoyo después de la guerra del Líbano contra Hizbullah.
Puede pero quien de verdad va a salir beneficiado es Lieberman [ultraderecha], el mayor defensor de la violencia, del no compromiso y del unilateralismo. El que está más a la derecha es el que va a ganar más terreno. Si Livni o Barak intentan hacerse pasar por semejantes a Lieberman, la gente preferirá votar a éste y no a las copias.
¿Qué consecuencias cree que tendrá para la región un ataque de estas dimensiones?
Se trata de un punto de inflexión. El uso de la brutalidad intencionada, de la crueldad, de algo que choca con la ley internacional o la conciencia humana. No podemos subestimar lo que ha supuesto Gaza. No es Sabra y Chatila. Ahora es una masacre planificada políticamente, preparada. Esto es importante no a nivel de Livni o Barak, sino al de la opinión pública. Toda la sociedad israelí lo ha aceptado. Y esto tiene mucho significado. Incluso durante la Intifada, la sociedad decía: «Bueno no está bien, pero no teníamos otra opción». Pero ahora, tenemos una sociedad, con todas sus expresiones políticas excepto una pequeña minoría, que ha apoyado la masacre. Esto supone un nuevo desafío. Descubrir cómo hemos llegado hasta este punto no es complicado. Lo difícil es saber cómo cambiarlo. La política de la masacre acaba con las posibilidades de existir para Israel, entendido como Estado o como sociedad. Espero equivocarme, pero mi sensación es que hemos cerrado la puerta a que el mundo árabe nos acepte. En los últimos 20 ó 30 años, pese al conflicto con los palestinos, ha estado dispuesto a aceptarnos tapándose la nariz, diciendo «vale, os habéis establecido aquí, no nos gustáis, pero vamos a mirar hacia adelante y no hacia atrás. Tomad vuestro Estado, dadles a los palestinos Gaza y Cisjordania y quedaos el resto». Era una oferta muy generosa. Pero tras lo de Gaza, hemos logrado que cualquier persona desde Marruecos hasta Irak nos considere bárbaros. Hemos devuelto el discurso de los países árabes al de hace 30 años, cuando decían «volved a vuestro país de origen, a Europa, a donde queráis». No somos buenos vecinos, no podemos serlo. Somos animales y a un animal tratas de sacarlo fuera. Por eso, tengo miedo de que pueda crecer la beligerancia, que sea un «eres tú o nosotros».
Aunque han existido movilizaciones contra la agresión dentro del propio Israel, da la sensación de que no han tenido la fuerza de anteriores ocasiones.
En el movimiento por la paz en Israel ha existido siempre una división entre el mainstream, más moderado, conectado con las posiciones del Meretz [izquierda], que siempre apoya los ataques al principio para luego rechazarlos, y la parte más radical, más movilizada, con una posición más clara contra la ocupación y el muro. Desde 1992, la parte más radical empieza a moverse antes y empuja, pone en marcha al mainstream. Lo que ocurre desde 2000 es que la izquierda más radical es activa, organizada, unida, visible en los medios, pero no hay rueda grande. No existe un movimiento como el que era Peace Now. Somos importantes en términos de protesta, pero no de impacto en las decisiones para un proceso de paz. Desde finales de los 80 hasta 2000, hubo un proceso de crecimiento y legitimación de las posiciones críticas. Pero desde entonces, estamos en una situación de declive. La mayoría de la opinión pública ha vuelto al consenso nacional y apoya el discurso oficial. La desaparición de Peace Now, que era un movimiento de masas, es un ejemplo . La última protesta apenas convocó a unos pocos centenares de personas. Este movimiento ha sido completamente erradicado por su propia política de apoyar y luego rechazar.
¿Cómo se vive esa situación desde la posición más de izquierdas, teniendo en cuenta las características que conforman la actual sociedad israelí?
Existe un sentimiento de aislamiento, aunque no de represión. No podemos decir que estemos reprimidos, salvo en contados casos. Se hacen muchas acciones, manifestaciones... aunque lo más característico de nuestra posición en la sociedad es el aislamiento.
Para las próximas elecciones, ¿habrá algún grupo que represente estas posiciones?
Los partidos árabes, que serán la voz que se opondrán a la ocupación, la colonización y el muro.
Pero el resto de partidos, unidos en el Comité Electoral, trató de dejarlos fuera.
No es nuevo. Ocurre en todas las elecciones. Los partidos tratan de deslegitimar la presencia de los partidos árabes y la Corte Suprema rompe su decisión. Este tribunal trata de mantener la ilusión de la democracia. El Estado dice: «Somos un Estado Judío y estos partidos son diferentes», y la Corte responde que también somos una democracia. Israel vive en una permanente contradicción. De este modo, la Corte está tratando de hacer un equilibrio entre el carácter judío del Estado y la apariencia de democracia.
Usted siempre se ha manifestado muy crítico con el concepto de un Estado para judíos, ¿qué supone esta caracterización?
Existen muchas definiciones pero, en general, se entiende como común denominador para religiosos, laicos, izquierdistas, que este Estado es propiedad de una única comunidad, la judía. Luego viene la discusión sobre si otras comunidades deben ser aceptadas. Tenemos los mismos derechos civiles, pero no el mismo derecho de propiedad ya que el Estado pertenece únicamente a un grupo: Los judíos. La otra comunidad, la árabe, podrá tener más o menos derechos, pero éste es el Estado de los judíos de Israel y para los sionistas. Mi rol como israelí es desafiar la idea de un Estado étnico: es inaceptable.
¿Es optimista? ¿Cree que ésta concepción del Estado puede cambiar entre la población?
No en un futuro próximo. La gran mayoría de israelíes creen profundamente en su propiedad sobre esta tierra y sobre este Estado sólo para los judíos. Es como decir, «nosotros somos los propietarios y vosotros los invitados» (sobre los árabes israelíes). Os podemos dar unos derechos pero, en el fondo, sois nuestros invitados. Lo que debemos preguntarnos es si Israel es parte del entorno o un elemento extraño que impone su política.
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