Pedro Rojo es autor de libros relacionados con el mundo árabe como: El 2007 visto por los árabes, El mundo visto por los árabes o Iraq. Diario de la resistencia.
La resistencia armada: factor clave para el futuro
El actual proceso electoral, aunque más plural que el de 2005, sigue siendo incompleto pues no cuenta con la participación de las fuerzas resistentes iraquíes. Si la resistencia armada ha jugado un papel fundamental a la hora de desbaratar el proyecto inicial estadounidense en Iraq, ahora será de nuevo un factor clave. Las organizaciones políticas que representan a los frentes armados vienen trabajando en crear un Consejo de Coordinación política desde 2007. Desde el verano de 2009, cuando varios grupos armados (del Frente Yihad y Cambio) designaron al jeque Harez al-Dari, secretario general de la Asociación de Ulemas Musulmanes, como su representante político, el proceso se ha acelerado y engloba principalmente a los grupos de la órbita del Partido Baaz (Frente Yihad y Liberación) y el Consejo Político de la Resistencia (Frente Yihad y Reforma). En los próximos meses podría darse a conocer un primer comunicado político conjunto en los que se planteen los puntos básicos de su propuesta de futuro para Iraq, y que se basarían en el rechazo a la ocupación, la reconstrucción democrática y soberana del país y el rechazo al terrorismo [1].
Pero el proceso de unificación política que viven las fuerzas resistentes iraquíes debe llevarles a profundizar en este sentido, como expone Jáled al-Maani, director del Centro Independiente de Estudios de Damasco, ya que deben “construir una estrategia posicionándose como una resistencia política [una vez terminada la fase más dura de enfrentamiento militar] para adaptarse a las nuevas amenazas, tales como el dominio iraní directo y, así, poder salir de la marginación del proceso político aprovechando la popularidad lograda por su lucha contra la ocupación militar”. Esta reconversión política pasa por un apoyo discreto pero efectivo a las listas no sectarias, como ya hicieran a pequeña escala en las elecciones de 2009. Esta sería para ellos la solución menos mala de entre todas las posibles. A cambio de este apoyo de la resistencia, en caso de gobernar, estas listas se habrían comprometido a reconstruir los servicios de seguridad sobre bases profesionales, lo cual significaría la vuelta de muchos oficiales del antiguo Ejército, actualmente en la resistencia o en el exilio, y un menor acoso contra sus combatientes.
Si, por el contrario, el escenario fuese el primero, es decir, la formación de un gobierno para los cuatro próximos años más cercano aún si cabe a Irán, y una retirada real de las tropas estadounidenses, todo parece indicar que la resistencia rompería su compromiso de no atacar a los iraquíes y empezaría a luchar contra el Ejército iraquí por el control de ciudades. Esta posibilidad podría romper la gélida actitud árabe hacia Iraq, ya que, por una parte, observan con temor cómo Irán se hace fuerte en el país que históricamente ha sido el muro de contención de la influencia persa sobre el mundo árabe, pero al mismo tiempo cumplen las órdenes de Washington de asfixiar económicamente a la resistencia armada. Esta falta de colaboración con grupos que podrían haber frenado el dominio iraní sobre Iraq se debe a dos factores: por un lado el mencionado compromiso con EEUU, pero también la prevención que les causa el éxito de un movimiento insurgente popular cuyo modelo se pueda extender a sus pueblos, ahogados por férreas dictaduras, además de las consecuencias que, para países como Siria y Jordania, podría tener este enfrentamiento en cuanto a la afluencia de nuevos refugiados. Sin embargo, la posibilidad de que EEUU permita a Irán aumentar su dominio sobre Iraq puede hacerles cambiar de opinión y empezar a apoyar a la resistencia como arma para luchar contra Irán, erigido en los últimos años como principal amenaza para los países árabes, para alivio de Israel.
Un futuro lúgubre
Los resultados finales de las elecciones del 7 de marzo pueden bien dar lugar a un cambio en el equilibrio de fuerzas, recuperando poder las facciones laicas apoyadas por Washington y los países árabes, bien generar un Parlamento controlado mayoritariamente por los partidos pro-iraníes. Este último escenario resultaría explosivo, pues podría hacer que el actual cerco árabe sobre la resistencia armada iraquí se levantase y empezase a recibir fondos y apoyo exterior para hacer frente al dominio iraní sobre Iraq.
Independientemente del resultado de las elecciones, el proceso preelectoral ha dejado claro que la ocupación estadounidense en Iraq ha fracasado en la creación de mecanismos que le aseguren el control del país en la etapa posterior a la ocupación militar, basada en la dependencia económica, administrativa y militar de la metrópoli. La errante política estadounidense no ha logrado ninguno de esos tres anclajes en Iraq, por lo que el futuro a corto plazo de su presencia allí y de la estabilidad en Iraq y la región es “lúgubre” y “aterrador”. Un futuro que aún está muy lejos de los deseos expresados por el presidente Obama de colaborar con los iraquíes en “promover la paz y la prosperidad en la región”.
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