Reproducimos el artículo de Nicolás Castellano aparecido en El País del día 28 de febrero, referente al drama horroroso e indignante que viven los immigrantes subsaharianos que tratan de llegar a Europa cruzando el desierto del Sáhara. Castellano es coautor, junto con Carla Fibla del audiolibro Mi nombre es nadie, editado por Icaria
La trampa del Sáhara
Por Nicolás Castellano
"Hace tres semanas encontré 21 cadáveres que se tragaba la arena. Fue muy duro. Parecían momias. A los dos días, ya en Argelia, me atracaron, me dieron una paliza y dije basta". Éste es el testimonio de Souburuchi, nigeriano de 23 años que, tras su primer intento de cruzar el Sáhara rumbo a Europa, ha decidido emprender el camino de vuelta. Otro nigeriano, Wilson, de 31 años, los últimos seis probando sin fortuna todos los caminos posibles para llegar a Europa, narra así su experiencia: "He visto muchas cosas horribles todos estos años, pero nada como lo que me encontré en Libia: los cuerpos de 24 personas a las que habían abandonado en el desierto como a perros y que terminaron muriendo de sed. Cuando llegamos ya no pudimos hacer nada".
El padre Anselmo anota en su arrugada libreta azul los nombres de Souburuchi Schodbuy y Wilson Uwaifickiun. Apura las últimas páginas porque sólo en los dos últimos años ha registrado más de 1.700 nombres, los de jóvenes de África central y del Oeste, en su mayoría de Camerún, Ghana, Liberia y Nigeria, que después de haber sido expulsados desde Argelia o Libia llegan a diario a su pequeña parroquia de la ciudad de Gao en busca de ayuda, alimentos, atención sanitaria, alojamiento o alguien que los escuche. La del padre Anselmo, original de Tanzania afincado en Malí desde hace 10 años, es la única misión católica de las tres regiones del norte del país, Tombuctú, Gao y Kidal, que suman una extensión de 820.000 kilómetros cuadrados, casi dos veces España. Y él es ahora el alma de la misión de los padres Blancos y de la oficina de Cáritas, un oasis en esta ciudad de 38.000 habitantes y casas bajas de adobe a orillas del río Níger, paso obligado de una de las principales rutas de la emigración clandestina hacia Europa.
El contacto con este drama humano ha hecho posicionarse claramente al padre Anselmo: "La Unión Europea puede protegerse, pero al mismo tiempo ha de plantearse preguntas. Esas leyes para cerrar sus fronteras, ¿a qué conducen? El Frontex (Agencia Europea de Control de Fronteras) está controlando todas las rutas desde Senegal y Mauritania por el Atlántico y ahora desde Libia. Me pregunto si realmente los europeos saben que Europa obliga a los países magrebíes a frenar allí a los africanos y por culpa de eso hay gente muriendo en el desierto".
El control de salida de barcazas desde las costas occidentales africanas ha vuelto a dar protagonismo a la ruta del Sáhara. No es la más activa para salir del continente africano. En 2009, unas 50.000 personas navegaron de forma clandestina el golfo de Adén partiendo desde Somalia y desembarcando en Yemen. Una cifra superior incluso a la suma de todos los que entraron ese año en Europa en patera, menos de 20.000.
España experimentó en 2009 la afluencia de clandestinos por vía marítima más baja de la última década. Pero la ruta desde Níger y Malí es el trampolín que desemboca en los países del Magreb -Argelia, Marruecos o Libia-, adonde llegan en busca de las vallas de Ceuta y Melilla o de una patera hacia España o Italia. Es en Gao donde comienzan la gran mayoría de esos viajes. Sólo en 2008, 32.000 africanos cruzaron desde Libia a Italia, y prácticamente el 100% tuvo que superar la dura prueba de la ruta del desierto. "Tras levantarse las vallas de Ceuta y Melilla en 2005, muchos jóvenes quedaron abandonados en el desierto, otros expulsados a Gao. No tenían qué comer ni dónde dormir y quedaban bloqueados. Había chicos que iban de puerta en puerta pidiendo comida. Aquello fue un antes y un después. Así comenzó nuestra ayuda, con un lugar donde acogerlos, curarlos y ayudarles a continuar viaje", sostiene el padre Anselmo, que lamenta la falta de información que sufren muchos de estos jóvenes. "No saben qué les espera. Creen que es suficiente con coger la carretera, ir al desierto, luego a Argelia, a Marruecos y ya están en España, en Europa".
Niamey, la capital de Níger, suele ser el punto de partida. Algunos se atreven desde aquí a tentar la suerte del Teneré, desierto bello y mortal como pocos en el planeta. Es la ruta más directa hacia Libia, pero a la vez la más complicada. Se pasan muchos días sin avistar un solo pozo de agua. Otro punto clave de salida es Bamako, la capital de Malí. Con todo esto, la mayoría acaba pasando por Gao, la puerta del desierto del Sáhara… Nadie sale de allí sin haber contactado antes con los pasantes, o "las mafias", como les llaman los políticos europeos, que llegan a cobrar hasta 4.000 euros por viajero, al que prometen "todas las garantías" de alcanzar Europa. Sin embargo, casi cada kilómetro de esas rutas está bajo el control de bandas de atracadores o supuestos organizadores de viajes. Nada se mueve sin que ellos lo sepan. "Todo lo que tengas, no sólo el dinero, te lo quitan. Te obligan a beber un líquido que te provoca diarrea para que sueltes todo, porque la gente se traga el dinero en pequeñas bolsas de plástico para evitar que les roben", cuenta Yussef, otro nigeriano. Anselmo apostilla: "Por esos laxantes, muchos han muerto deshidratados. Pero les da igual. Me dicen que es tan difícil vivir en su tierra que prefieren morir intentando llegar a Europa".
Nicolás Castellano es periodista especializado en inmigración y autor del audiolibro ‘Mi nombre es nadie’ (editorial Icaria).
La trampa del Sáhara
Por Nicolás Castellano
"Hace tres semanas encontré 21 cadáveres que se tragaba la arena. Fue muy duro. Parecían momias. A los dos días, ya en Argelia, me atracaron, me dieron una paliza y dije basta". Éste es el testimonio de Souburuchi, nigeriano de 23 años que, tras su primer intento de cruzar el Sáhara rumbo a Europa, ha decidido emprender el camino de vuelta. Otro nigeriano, Wilson, de 31 años, los últimos seis probando sin fortuna todos los caminos posibles para llegar a Europa, narra así su experiencia: "He visto muchas cosas horribles todos estos años, pero nada como lo que me encontré en Libia: los cuerpos de 24 personas a las que habían abandonado en el desierto como a perros y que terminaron muriendo de sed. Cuando llegamos ya no pudimos hacer nada".
El padre Anselmo anota en su arrugada libreta azul los nombres de Souburuchi Schodbuy y Wilson Uwaifickiun. Apura las últimas páginas porque sólo en los dos últimos años ha registrado más de 1.700 nombres, los de jóvenes de África central y del Oeste, en su mayoría de Camerún, Ghana, Liberia y Nigeria, que después de haber sido expulsados desde Argelia o Libia llegan a diario a su pequeña parroquia de la ciudad de Gao en busca de ayuda, alimentos, atención sanitaria, alojamiento o alguien que los escuche. La del padre Anselmo, original de Tanzania afincado en Malí desde hace 10 años, es la única misión católica de las tres regiones del norte del país, Tombuctú, Gao y Kidal, que suman una extensión de 820.000 kilómetros cuadrados, casi dos veces España. Y él es ahora el alma de la misión de los padres Blancos y de la oficina de Cáritas, un oasis en esta ciudad de 38.000 habitantes y casas bajas de adobe a orillas del río Níger, paso obligado de una de las principales rutas de la emigración clandestina hacia Europa.
El contacto con este drama humano ha hecho posicionarse claramente al padre Anselmo: "La Unión Europea puede protegerse, pero al mismo tiempo ha de plantearse preguntas. Esas leyes para cerrar sus fronteras, ¿a qué conducen? El Frontex (Agencia Europea de Control de Fronteras) está controlando todas las rutas desde Senegal y Mauritania por el Atlántico y ahora desde Libia. Me pregunto si realmente los europeos saben que Europa obliga a los países magrebíes a frenar allí a los africanos y por culpa de eso hay gente muriendo en el desierto".
El control de salida de barcazas desde las costas occidentales africanas ha vuelto a dar protagonismo a la ruta del Sáhara. No es la más activa para salir del continente africano. En 2009, unas 50.000 personas navegaron de forma clandestina el golfo de Adén partiendo desde Somalia y desembarcando en Yemen. Una cifra superior incluso a la suma de todos los que entraron ese año en Europa en patera, menos de 20.000.
España experimentó en 2009 la afluencia de clandestinos por vía marítima más baja de la última década. Pero la ruta desde Níger y Malí es el trampolín que desemboca en los países del Magreb -Argelia, Marruecos o Libia-, adonde llegan en busca de las vallas de Ceuta y Melilla o de una patera hacia España o Italia. Es en Gao donde comienzan la gran mayoría de esos viajes. Sólo en 2008, 32.000 africanos cruzaron desde Libia a Italia, y prácticamente el 100% tuvo que superar la dura prueba de la ruta del desierto. "Tras levantarse las vallas de Ceuta y Melilla en 2005, muchos jóvenes quedaron abandonados en el desierto, otros expulsados a Gao. No tenían qué comer ni dónde dormir y quedaban bloqueados. Había chicos que iban de puerta en puerta pidiendo comida. Aquello fue un antes y un después. Así comenzó nuestra ayuda, con un lugar donde acogerlos, curarlos y ayudarles a continuar viaje", sostiene el padre Anselmo, que lamenta la falta de información que sufren muchos de estos jóvenes. "No saben qué les espera. Creen que es suficiente con coger la carretera, ir al desierto, luego a Argelia, a Marruecos y ya están en España, en Europa".
Niamey, la capital de Níger, suele ser el punto de partida. Algunos se atreven desde aquí a tentar la suerte del Teneré, desierto bello y mortal como pocos en el planeta. Es la ruta más directa hacia Libia, pero a la vez la más complicada. Se pasan muchos días sin avistar un solo pozo de agua. Otro punto clave de salida es Bamako, la capital de Malí. Con todo esto, la mayoría acaba pasando por Gao, la puerta del desierto del Sáhara… Nadie sale de allí sin haber contactado antes con los pasantes, o "las mafias", como les llaman los políticos europeos, que llegan a cobrar hasta 4.000 euros por viajero, al que prometen "todas las garantías" de alcanzar Europa. Sin embargo, casi cada kilómetro de esas rutas está bajo el control de bandas de atracadores o supuestos organizadores de viajes. Nada se mueve sin que ellos lo sepan. "Todo lo que tengas, no sólo el dinero, te lo quitan. Te obligan a beber un líquido que te provoca diarrea para que sueltes todo, porque la gente se traga el dinero en pequeñas bolsas de plástico para evitar que les roben", cuenta Yussef, otro nigeriano. Anselmo apostilla: "Por esos laxantes, muchos han muerto deshidratados. Pero les da igual. Me dicen que es tan difícil vivir en su tierra que prefieren morir intentando llegar a Europa".
Nicolás Castellano es periodista especializado en inmigración y autor del audiolibro ‘Mi nombre es nadie’ (editorial Icaria).
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