Aseguran las estadísticas que el PNB (Producto Nacional Bruto) egipcio es el trigésimo sexto más alto en el mundo, por delante de la República Checa, Israel, Malasia o Nigeria. A través del canal de Suez anualmente circula hasta un 7,5% del comercio mundial. Y también es el destino de turistas que acuden desde todos los puntos del planeta para disfrutar de la variedad de posibilidades que brinda este país: cultura milenaria, sol y playa, tranquilidad en el desierto y los oasis.
Sin embargo, la realidad es otra: de los más de 80 millones de habitantes con los que cuenta Egipto en la actualidad, 50 millones son pobres -2,5 millones viven en situación de extrema pobreza- y 12 millones no tienen hogar. Alrededor de tres millones de jóvenes están desempleados. Tiene una alta tasa de mortalidad infantil; aproximadamente la mitad de las niñas y niños son anémicos; y alrededor de ocho millones de personas tienen VIH. Cada año se diagnostican unos 100.000 enfermos de cáncer debido a la contaminación del aire y del agua.
Otro gravísimo problema, causa y consecuencia de la penosa situación, es la corrupción sistemática que todo lo abarca y que trasciende lo gubernamental, que mueve, según distintos estudios, hasta un total de cinco mil millones de euros al año.
La Ley de Emergencia -en vigor desde 1981, año en el que comenzó el mandato de Mubarak- ha permitido que cientos de ciudadanos hayan sido y sean torturados y detenidos sin justificación alguna.
Las elecciones son una gran obra de teatro de cara a la opinión pública internacional: Hosni Mubarak lleva casi tres décadas en el poder y el Partido Nacional Democrático que él dirige volvió a ganar las legislativas del pasado noviembre en medio de numerosas denuncias de fraude presentadas por asociaciones, ONG y representantes de otras formaciones políticas, a quienes, junto con los observadores internacionales, se les negó la entrada a los centros de votación. La población lo sabe, lo asume, y actúa en consecuencia: la mayoría no vota, excepto si pretende sacar unas monedas a cambio de su voto.
Al mismo tiempo, Egipto ha sido, y sigue siéndolo hoy, un referente cultural sin igual para todo el mundo árabe. Los egipcios llaman al país Omm el Dunya (La madre del mundo). Por ejemplo, desde los años 20 del siglo pasado, desarrolló una activa industria cinematográfica que llegó a convertirse en el segundo producto de exportación tras el algodón. En el ámbito musical, destacan Umm Kulthum, cuya música se escucha todavía hoy en muchos cafés de todo el mundo árabe, con sus «canciones largas» de más de 50 minutos; Asmahan y Farida Fahmi, precursora de la danza del vientre; o Said Darwish, autor del himno de Egipto, Abdel Wahab y Farid al-Atrash. Egipto también destacó en la producción de series televisivas que llegaban a todos los hogares árabes, convirtiendo al egipcio en el dialecto comodín usado entre árabes de diferentes países. La Nahda o Renacimiento literario árabe tuvo su origen aquí a mediados del siglo XX. También es egipcio el Nobel de Literatura Naguib Mahfouz.
Hace unos meses tuve la oportunidad de conocer en El Cairo a Fermin Muguruza. Acababa de iniciar un nuevo proyecto para Al-Jazeera que consiste en el rodaje de once capítulos sobre música árabe. Empezaba por Egipto y tenía la intención de continuar por Túnez, Marruecos, Argelia, Líbano, Siria, Sudán y el Golfo. Cuando le pregunté por qué había elegido Egipto como punto de partida, me respondió que este país siempre había sido un referente musical para todos los árabes y que «en Palestina y en todos los países árabes que he visitado escuchábamos a Umm Kulthum; su historia me apasiona, ese poderío, esa manera de romper los estereotipos de la mujer en los países árabes; a ella se la denomina como la `cuarta pirámide de Egipto'; entonces, me obsesioné mucho con la vida de esta mujer...». Y decidió empezar por ahí.
Egipto también alberga un importantísimo referente académico y religioso: la mezquita-universidad de el-Azhar. En el corazón del barrio islámico cairota, fue fundada en 975 y es una de las más antiguas del mundo con funcionamiento continuado.
Pero, con el paso del tiempo, la madre de los países árabes, líder y carismática, pro- ductora y exportadora de cultura, ha ido sumiéndose en una decadencia gradual. Y podría decirse que esa degradación cultural e intelectual es una de las consecuencias del retroceso político, religioso y social de las últimas décadas.
Antecedentes cercanos
A principios del año pasado, cuando ya se debatía sobre el futuro político del país y la posible designación como sucesor del hijo del actual presidente, Gamal Mubarak, apareció en escena un nuevo personaje: Mohamed El-Baradei, el ex presidente de la Agencia Internacional de Energía Atómica y premio Nobel de la Paz, originario de Egipto aunque alejado del mismo durante muchos años.
Este abogado y diplomático recibió durante meses mensajes de jóvenes egipcios por la red social Facebook que le apelaban a volver para liderar un cambio en el país. Y volvió. Una multitud lo acogió en el aeropuerto en febrero de 2010. Se reunieron firmas para poder cambiar la Constitución que impedía a El-Baradei presentarse a las elecciones presidenciales de 2011 por no formar parte de un partido ya consolidado. Impulsó, junto con el grupo de intelectuales que le apoyaban, la Asamblea Nacional por el Cambio y la Reforma. Ésta recibió el apoyo de toda la oposición, incluyendo al jefe del bloque parlamentario de los Hermanos Musulmanes. Y acompañada de otros movimientos de la sociedad civil, como el del Seis de Abril o el Kefaya, se fueron organizando movilizaciones en las calles y en las redes sociales.
La represión gubernamental fue contundente. Un grupo de trabajadores se plantó durante días frente al Parlamento y, en junio, un nuevo escándalo salpicó a las fuerzas policiales, acusadas de asesinar a un joven de 28 años llamado Jaled Said. Las protestas por su muerte se sucedieron, sobre todo en su ciudad natal, Alejandría, y la página de Facebook creada en su honor, We are all Khaled Said (Todos somos Jaled Saíd), pasó rápidamente a tener más de 400.000 seguidores.
Todo apuntaba a que Egipto estaba sediento de un gran cambio, pero no se vislumbraba en el horizonte ninguna chispa que permitiera forzar realmente las tan esperadas reformas. Entonces llegó la revolución popular en Túnez.
El primer día de la ira
Contagiados por lo sucedido en Túnez, los egipcios convocaron a través de Facebook una manifestación para las 12.30 del pasado martes, 25 de enero. En pocas horas superaron 60.000 adhesiones. Las peticiones eran simples y concisas: atajar el problema de la pobreza; eliminar la Ley de Emergencia; que el ministro del Interior, Habib el Adly, presentara su dimisión; y limitar los mandatos presidenciales a dos sucesivos.
A la hora prevista del inicio de las movilizaciones, la céntrica plaza cairota de Tahrir (Liberación) estaba completamente vacía. Era una imagen de lo más insólita, ya que normalmente, y más en un día festivo como aquel -se celebraba la fiesta de las fuerzas policiales-, suele estar abarrotada de gente, puestitos y coches. En ese momento, en varios puntos de la capital, los manifestantes empezaban su recorrido. La Policía intentó bloquearles el paso, pero la muchedumbre logró sobrepasar la barrera. Las diferentes columnas, que sumaban cerca de 10.000 personas, se reunieron en Tahrir hacia las 16.00.
Hubo ciudadanos que lograron acceder a la calle del Parlamento. La Policía empezó a lanzar chorros de agua y gases lacrimógenos. En esa calle, Qasr el-Aini, se fotografió a un joven enfrentándose a un tanque que disparaba agua a presión; el joven se quedó quieto, solo en medio de la calle y en la dirección en la que iba el tanque, hasta que éste tuvo que parar. Esta imagen ha sido comparada con las de las protestas de 1989 en la plaza de Tiananmen, en Beijing.
No obstante, las primeras horas de la concentración en la plaza fueron tranquilas. Los manifestantes eran muy heterogéneos (familias con sus hijos, parejas, personas mayores, mujeres con niqab, hombres con traje, chaqueta y maletín, y sobre todo jóvenes), integrantes de la clase media-alta e intelectuales. No eran, desde luego, quienes padecen las peores condiciones de vida; más bien pertenecen a la minoría más privilegiada, que, aun así, está harta de la situación en la que se encuentra Egipto. Por eso gritaban: «¡Libertad, libertad!».
En un país nada acostumbrado a las manifestaciones, incluso las clases más concienciadas no podían creer que por fin se habían decidido a salir a la calle. Habían superado el miedo que este tipo de dictaduras imponen y estaban haciendo uso de su legítimo derecho a protestar contra las injusticias soportadas durante demasiado tiempo.
Pasadas unas horas, los puestos de comida y restaurantes del centro empezaron a regalar a los manifestantes bolsas de comida. Algunos voluntarios repartían botellas de agua y hogazas de pan. También se les repartían a los policías. Se hizo una recolecta de dinero para comprar más víveres.
Los mensajes de Twitter, Facebook y los blogs fueron relatando el curso de las protestas y animando la participación de mucha gente. Llegaron a ser entre 15.000 y 20.000 personas. Entonces se bloquearon las líneas telefónicas, las locales y las internacionales, y también Twitter. Sin embargo, enseguida se encontró una alternativa para ver y twittear a través de Google.
El Gobierno decidió que había que dispersar a todos los presentes en la plaza. Obstruyeron todas las salidas, colocando camiones policiales e incluso ambulancias. La Policía cargó con gases y balines. Pese a ello, hubo quien vio a manifestantes y policías dialogar. Al parecer los primeros apelaban a los agentes a unirse a ellos, ya que al fin y al cabo también son víctimas de la misma represión, falta de libertades y crisis económica. Les preguntaban cuánto cobraban: «¿¡Trescientas libras al mes!?» (unos 38 euros).
Los encontronazos duraron hasta la 1.30 o las 2.00 de la madrugada. Hubo detenidos, heridos y un policía muerto. Hubo concentraciones a lo largo y ancho del país: Asuán y Asyut, en el Alto Egipto; Mahalla e Ismailia, en el sur del delta del Nilo; en Rafah y otras localidades de la península del Sinaí; en Alejandría, donde se decretó un toque de queda; y en Suez, donde hubo dos muertos y se incendiaron dos edificios gubernamentales y la sede del partido de Mubarak.
Las redes sociales no sólo han sido el instrumento que se usó para organizar las movilizaciones, sino que también han jugado un papel importantísimo en la difusión a todo el mundo de noticias, vídeos y fotos. Incluso se sabía de los detenidos porque los familiares de éstos lo anunciaban en las páginas de Facebook.
Había coordinación. Se bautizaba el 25 de enero como «el día de la ira» o «el día de la revolución». Pronto surgieron los chistes que ironizaban con el hecho de que las protestas hubieran ocurrido en el día de las fuerzas policiales (el conocido sentido del humor egipcio no deja de sorprendernos).
La segunda cita
La mañana siguiente, el miércoles, la plaza de Tahrir y el resto de lugares donde había habido encontronazos amanecían como si nada hubiera pasado. La gente fue a trabajar; el tráfico, como siempre, fue enorme, y no se sabía lo que ocurriría en las siguientes horas. Las autoridades advirtieron de que la respuesta a posibles manifestaciones sería muy contundente. No obstante, miles de egipcios volvieron a salir a la calle para mantener las protestas contra el régimen de Mubarak. Al atardecer hubo una concentración en Nasser City, uno de los barrios de las afueras de El Cairo, cercano al palacio presidencial. La Policía no tardó en dispersarlos. Entrada la noche, los enfrentamientos se concentraron en el centro y fueron mucho más violentos que los de la jornada precedente. Los manifestantes volvieron a intentar conquistar la plaza de Tahrir al grito de «¡Ayer éramos todos tunecinos; hoy somos todos egipcios; mañana seremos todos libres!».
El balance de esos dos días fue de más de un millar de detenidos y de tres civiles y un policía muertos, según «El Masry el Youm», uno de los periódicos de la oposición más leídos. Varias organizaciones de derechos humanos denunciaron el uso de violencia por parte de la Policía contra los manifestantes y la tortura contra los detenidos.
La víspera
El día 27, la ciudad volvió a despertar tranquila. Jueves, víspera de fin de semana y de una jornada que nadie sospechaba que sería como luego resultó.
La comunidad internacional se pronunció con respecto a los enfrentamientos en las calles de Egipto. Barack Obama, presidente de los Estados Unidos, el más fuerte y decisivo aliado de Egipto, instó a las autoridades egipcias a realizar reformas. Por su parte, Israel expresó su preocupación por el posible cambio en el Gobierno y el miedo de que los islamistas tomaran el control del poder en su máximo aliado en Oriente Próximo.
Durante este día no se registraron manifestaciones ni protestas como las de las jornadas anteriores. La gente se estaba preparando para lo que pudiera suceder al día siguiente.
La gran cita
El pueblo egipcio estaba convocado a salir a la calle tras la oración del mediodía del viernes -la más importante para los musulmanes, que conforman alrededor del 90% de la población de este país- para seguir reclamando un cambio radical del sistema. Durante toda la mañana las líneas telefónicas no funcionaron y, aunque hubo conexión a Internet en algunas zonas del país durante las primeras horas de la mañana, fue cortada dos o tres horas antes de la cita.
Esta vez las concentraciones y los manifestantes se diferenciaban mucho de la imagen del primer día en la plaza de Tahrir. La gente se agrupaba en todos los barrios cairotas de manera espontánea y reflejaba las diferencias intrínsecas a la sociedad egipcia: chicas veladas, chicos y hombres vestidos con sus chilabas, muchísimos jóvenes procedentes de todos los barrios, mujeres con niqab, hombres en traje... Todas y todos se sentían unidos por la misma causa y acudieron a la convocatoria sin la certeza de lo que ocurriría. Lo mismo sucedió en Alejandría, en Suez, Mansoura, Zaqazeq, Sharqiya, Damietta, Luxor, Ismailia, Port Said, el Fayoum y otras pequeñas localidades.
Estas protestas no han respondido a convocatorias de ningún partido político de la oposición ni de los Hermanos Musulmanes. El pueblo en su conjunto salió a la calle en un ejercicio del derecho de expresión contra las injusticias que sufre desde hace décadas. Una rapidísima reacción conjunta, inesperada y espontánea.
Los grupos fueron dirigiéndose hacia la plaza de Tahrir. Una de las manifestaciones más numerosas partió de la mezquita de el-Azhar.
Al transcurrir las horas, los enfrentamientos se multiplicaron y se hicieron más violentos. Los manifestantes eran mayoría contra la Policía. Ésta empezó a arrojarles piedras. No obstante, algunos lograron acceder a la plaza de Tahrir a primera hora de la tarde. Coincidiendo con la penúltima oración del día, los fieles protagonizaron una imagen insólita: colocados en dirección a La Meca, comenzaron a rezar al unísono. Las cámaras de Al-Jazeera se encontraban en la plaza y el corresponsal que hablaba en directo calificó la imagen de indescriptible. Sin embargo, poco después, se anunciaba por primera vez la existencia de víctimas mortales en la misma plaza. El corresponsal de Al Yazeera relataba que veía los cadáveres con sus propios ojos.
Las manifestaciones y los enfrentamientos se extendieron a muchísimas localidades. Fueron hechos históricos. Se registraron muertes en Mansoura, mientras que en Luxor las protestas fueron pacíficas. Suez se vio envuelto en gravísimos choques entre el pueblo y el Ejército. La segunda ciudad del país, Alejandría, presenció numerosas manifestaciones que después se convirtieron en batallas entre las fuerzas policiales y los ciudadanos; al final de la tarde se anunciaba la retirada de la Policía; el pueblo había derrotado a las fuerzas del régimen en Alejandría.
Mientras, la capital seguía sumida en el caos de los gases lacrimógenos, los disparos y los destrozos. Grupos de manifestantes se dirigieron a la sede del Partido Nacional Democrático, que prendió en llamas, igual que varios furgones y comisarías policiales.
Con la llegada de la noche, el Ejército salió a la calle. El pueblo lo recibió con cantos y aplausos. Y es que el Ejército, en el imaginario egipcio, simboliza protección y patriotismo. Los ciudadanos estaban convencidos de que, al contrario que la Policía, los militares no irían contra ellos. «El Ejército nos respeta, por eso les queremos», gritaba un joven ante las cámaras. Acto seguido, a las siete de la tarde, se decretó el toque de queda en todo el país. Sin embargo, el pueblo lo retó, y las protestas y el caos continuaron.
Como ya se había anunciado, el Gobierno había contratado a una gran cantidad de matones, algunos de los cuales sacó de las cárceles. Éstos suelen ir armados, destruyen todo lo que pueden y crean conflictos entre los manifestantes y las autoridades para que la violenta respuesta de las fuerzas del orden esté justificada. Así, empezaron a lanzar piedras y otros objetos al Museo Egipcio, situado en la plaza de Tahrir, así como a la sede de la televisión egipcia, no muy lejana de ésta.
Las cadenas emitían imágenes de manifestantes rompiendo y robando todo tipo de objetos, lo cual, para quienes conocen bien el carácter pacífico y tranquilo del pueblo egipcio, en principio parecía contradictorio con las peticiones de libertad, justicia y democracia. Poco después se supo que un grupo de manifestantes se había reunido y organizado ante el Museo Egipcio para evitar el destrozo. Porque los asaltantes eran matones contratados por el Gobierno y porque nadie -ni los egipcios residentes con los que ha podido contactar quien escribe este reportaje ni nadie que conozca Egipto con profundidad- creería que eran ciudadanos de a pie los que rompían y saqueaban símbolos tan importantes y respetados.
El régimen no se pronunció hasta la madrugada del sábado. A las 00.30, Hosni Mubarak apareció para comunicar que había pedido al Gobierno que dimitiera y que «habrá un nuevo Gobierno». El presidente aseguró que «la soberanía será devuelta al pueblo» por medio del «diálogo nacional». Los manifestantes que a esa hora todavía se encontraban en la plaza Tahrir estallaron en cólera al finalizar el discurso. «El pueblo quiere la caída del Gobierno», gritaban aún más convencidos.
Despertar en la confusión
La ya denominada «Revolución del pueblo egipcio» es la única revuelta popular de la historia contemporánea del país. La hasta ahora llamada «Revolución», que hace referencia al golpe de estado de Gamal Abdel Nasser en 1952, fue ampliamente respaldada por el pueblo pero no es comparable a la que ha estallado ahora.
Ayer, El Cairo despertaba confusa. En el centro se oían disparos. Hubo grupos de manifestantes que, insatisfechos con el discurso de Mubarak, decidieron aclarar su petición: «El pueblo quiere la caída del presidente». También las paredes y los muros de la capital aparecían repletas de pintadas en las que sobresalía una palabra: «¡Lárgate!». Al mediodía, en el centro de la capital egipcia se concentraban unos 50.000 manifestantes que no se daban por satisfechos con el resultado conseguido hasta el momento.
El futuro del país del Nilo todavía está por decidir. Es previsible que las protestas continúen, sobre todo después de que, con su último discurso, Hosni Mubarak expresara su intención de mantenerse en el poder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario