A nadie se le escapa que lo que suceda en Grecia es crucial para el futuro de la UE y del Euro. Ayer domingo, se dieron unas elecciones historicas a pesar que ganase otra vez un partido del cadúco bipartidismo oficial. Fueron historicas porque la formación de izquierdas Syriza consiguio romper, no lo suficiente, el panorama desolador de la política de la "austeridad". Ahora les quedan muchas batallas que ganar. A continuación un artículo publicado al otro lado del Atlántico que sintetiza muy bien la situación actual en Grecia.
Eduardo Febbro | Página 12
Grecia respaldó en las urnas la oferta política del pasado. Los
conservadores de Nueva Democracia, uno de los dos partidos que, junto a
los socialistas del Pasok, condujeron al país a la más profunda
desesperanza, ganó las elecciones legislativas con el 29,66 por ciento
de los votos. Nueva Democracia se impuso a la fuerza emergente de la
coalición de izquierda radical Syriza, que sacó 26,89 por ciento. El
Pasok, con 12,28 por ciento, quedó en tercer lugar y con amplias
posibilidades de formar una coalición de gobierno con Nueva Democracia.
Así, los dos sepultureros de Grecia, ahora conocidos como los partidos
pro austeridad, volverán a tener las riendas del país. Sin embargo, si
Syriza no consiguió los votos necesarios para configurar una mayoría, sí
confirmó en las urnas su espectacular progresión: multiplicó por siete
su caudal de votos desde 2009 y obtuvo 10 puntos más que en las
elecciones legislativas del pasado 6 de mayo (infructuosas por la
imposibilidad de formar gobierno). Nueva Democracia festejó su victoria
en la plaza Syntagma y la izquierda radical bailó su relativa derrota al
compás de “Avanti Popolo” en la plaza del Metro Universidad, distantes
ambas 600 metros. “Salvamos el euro y el país de un delirante rojo”,
decía un militante de Nueva Democracia que se paseaba por la plaza
Syntagma con la bandera azul de su partido. “En seis meses volvemos con
40 por ciento”, decía a su vez un militante de Syriza en el acto del
Metro Universidad, una explanada presidida por una estatua de Atenea,
diosa de la Guerra, la civilización, la sabiduría, la estrategia y las
artes, entre otros tantos atributos. Más filosófico, Evangelos, un
portero de noche de la zona de Syntagma, decía: “Ganaron los ladrones,
como siempre ha ocurrido en este país desde hace más de 40 años”.
Grecia
votó ayer bajo la inmensa presión ejercida por sus socios europeos y
los medios del Viejo Continente, que hicieron una campaña feroz y
deshonesta a favor del continuismo presentando la elección con los
mismos argumentos que la derecha de Nueva Democracia: a favor o contra
del euro. Ganaron entonces el miedo y la austeridad. A las once menos
veinte de la noche el jefe de Syriza, Alexis Tsipras, reconoció la
derrota. Cuando llegó a la sede del partido los abrazos y la emoción
eran los de una noche de victoria. “Es una suerte para nosotros. Ellos
se van a quemar las alas y nosotros tomaremos el poder más legitimados”,
decía sin rodeos un militante de Syriza. La juventud estaba feliz. Por
primera vez en muchos años surgió de la nada una alternativa a la
complicidad destructora entre la derecha de Nueva Democracia y los
socialistas. Pero también emergió la peor versión de la extrema derecha,
es decir, los neonazis del partido Amanecer Dorado, que reiteraron en
esta consulta el porcentaje del pasado seis de mayo, 7 por ciento.
La
victoria del líder de Nueva Democracia, Antonis Samaras, es estrecha y
lo obliga a pactar una coalición con el Pasok. Ambos partidos empezaron
anoche los regateos. El 30 por ciento de ND equivale a un mínimo de 75
escaños, a los que hay que sumarles los 50 escaños que se le otorgan
como premio al partido más votado. Eso representa 125 escaños y se les
puede agregar el 12 por ciento del Pasok (33 escaños), lo cual conduce a
la mayoría de 161 dentro de un Parlamento con 300 bancadas. Sin
embargo, la posición hipócrita del Pasok podría hacer entrar en el juego
a la izquierda democrática del partido Dimar, que obtuvo 6,2 por ciento
(17 escaños). El primero en salir al paso de una solución política fue
el líder del Pasok, el ex ministro de Finanzas Evangelos Venizelos. “Un
gobierno de responsabilidad nacional supone la participación de varias
fuerzas de izquierda”, dijo Venizelos en alusión directa a la inclusión
de Syriza en la coalición. Esta opción es imposible: Alexis Tsipras
rehúsa lógicamente entrar en un gobierno compuesto por las formaciones
que provocaron la hecatombe, que aprobaron los planes de austeridad y
que, encima, fueron elegidos para imponer todavía más austeridad. El
portavoz de Syriza, Panos Skorletis, reveló anoche que Tsipras le había
hablado por teléfono a Antonis Samaras para decirle que formara su
gobierno “sin Syriza”.
A los griegos no les dejaron muchas
opciones. El liberalismo europeo le planteó una encrucijada fatal: o el
rigor o la quiebra. La paradoja es teatral: los responsables de la
primera quiebra deberán aprobar nuevas medidas que se traducirán en más
rigor. “Angela Merkel y sus bancos nos condenaron a morir a fuego lento y
con hambre o a pagar hasta la eternidad comiendo migajas”, ironizaba
Nikolas, un militante de Syriza. Allí donde se mire, las cuentas son una
soga al cuello de la sociedad griega. El viernes pasado venció el plazo
para el pago del segundo tramo del préstamo de 130 mil millones de
euros que el FMI y el Banco Central Europeo decidieron otorgarle a
Grecia el pasado 8 de marzo. Grecia tiene que recibir un paquete de 8
mil millones de euros, sin lo cual, a partir del 20 julio, no tendrá más
dinero para pagar a sus funcionarios. Los bancos también tienen las
cajas vacías. Los griegos vienen retirando sus depósitos desde hace dos
meses y los bancos han dejado de financiar a las empresas. El sector
privado perdió un millón de puestos de trabajo en los últimos cinco
años. Atenas recibió hasta ahora 172 mil millones de euros mediante el
rescate piloteado por Bruselas. Pero nada mejoró. El desempleo afecta a
25 por ciento de la población, los bancos necesitan ser recapitalizados y
la sociedad existe y se mueve gracias, en parte, a la férrea
solidaridad de los lazos familiares. “Haremos lo que sea necesario”,
prometió anoche Samaras. Sin dudas, será lo que necesiten los bancos y
Alemania, cuyo país ejerció una presión de tenazas para que los
conservadores se quedaran con las riendas del poder. Un candidato “anti
austeridad” como Alexis Tsipras fue una pesadilla para Alemania. Por eso
lo hicieron pasar como un militante del antieuro, cosa que es
totalmente falaz. Angela Merkel usó a Grecia como modelo del escarmiento
y logró forzar a golpe de miedo, amenazas, intimidaciones y mentiras la
victoria de una coalición que no refleja en nada ni la voz de la calle,
ni la apremiante situación en la que se encuentra la gente. Pero entre
lo nuevo amenazante –Syriza– y las argucias de lo viejo conocido –Pasok y
ND– las urnas optaron por los capitanes de mala fama. Para la izquierda
de Syriza la derrota tiene el sabor de un fruto dulce y jugoso. Con
Syriza nació en Grecia y en Europa una fuerza potente a la izquierda del
socialismo de gobierno, clientelista y corrupto. 26 por ciento de los
votos es un sueño. “Vivir para soñar, dice el refrán. Pero nosotros
estamos viviendo en carne propia lo soñado”, decía anoche una militante
de Syriza.
La coalición de la izquierda radical griega no sólo
enfrentó en las urnas a sus adversarios políticos locales, sino también a
la maquinaría liberal más poderosa del planeta. La edición alemana del
Financial Times refleja hasta la vergüenza la agresión que sufrió el
pueblo griego. El Financial Times escribió: “Griegos, resistan a la
demagogia de Alexis Tsipras. El país sólo permanecerá en el euro con los
partidos que respetan los términos de los acreedores”. Pagar o morir.
Sin embargo, Grecia hizo de Syriza la segunda fuerza política del país.
Mucho ante tantos manejos y distorsiones sucias. Atenas amanecerá con la
oligarquía política que la llevó a la ruina negociando un pacto de
gobierno. La llamada “coalición del euro” tiene el destino en sus manos.
Angela Merkel y los mercados están contentos. La izquierda también. Ha
sido apenas una vuelta más de una pugna que recién empieza.
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