Este verano están sucediendo muchas cosas en Europa y en el Estado Español. Como nos tienen acostumbrados nos han preparado recortes e intervenciones en el periodo del año más caluroso. Mientras ellos nos hacen de este verano invierno, crece algo más que indignación: crece una conciencia cada vez más amplia y más fuerte de la situación de miseria en la que nos quieren condenar. Nos quedamos con esas nuevas mayorías como un hecho positivo ante tanta desolación. A continuación un artículo de Carlos París en esta línea.
Carlos París | Dominio público | Público.es
Filósofo y escritor. Presidente del Ateneo de Madrid.
Han transcurrido quince meses desde que los “indignados” iniciaron
sus acampadas en Madrid, en Barcelona y en diferentes plazas de España.
Acampadas desde las cuales se convocaron marchas de protesta, que
recorrieron masivamente las calles de nuestro país. Y, hoy día, más
exactamente a lo largo de días que incansablemente se prolongan, de
nuevo los espacios urbanos se vuelven a llenar de multitudes que
protestan y reclaman los derechos a la vida altamente humana que se les
está robando.
En el movimiento de indignados el motor era la repulsa global de un
mundo gobernado de un modo insoportable. Dominado por la mentira. Por la
invocación de una inexistente democracia, ante la cual levantaban su
voz gritando ¡Democracia real! ¡Democracia ya!. Un mudo regido por el
mercantilismo degradante, para el cual los humanos no son sino una
ínfima mercancía. Por mecanismos que asientan la discriminación y la
desigualdad. Por el privilegio. Era el mundo al que habían abierto
sus ojos juveniles, pues el movimiento, aunque lo hayamos seguido y
apoyado gentes que llevamos en el ala el plomo de los años, tenía un
carácter centralmente juvenil. Como, en parte, era la misma
elementalidad de la repulsa, negando cualquier forma de
representatividad, recurriendo al asambleísmo como modelo exclusivo de
organización democrática, Recelando no sólo de la política vigente, sino
de la política y de los partidos en general.
En las multitudes que hoy día se movilizan la repulsa adquiere el
carácter no ya de intuición, sino de palpable evidencia. La sensibilidad
genérica de los indignados se ha plasmado en precisa concreción. En la
terrible evidencia de que los actuales poderes económicos, a que los
gobiernos europeos sirven como lacayos, como “comisarios políticos del
capitalismo”, en expresión de Saramago, están guiados por un voracidad
canibalística. La cual, desaparecido, según piensan, el peligro del
comunismo, les lleva a aplastar a la mayor parte de la ciudadanía y
liquidar el Estado de Bienestar. Con una acción especialmente intensa en
los países menos poderosos de la Unión Europea, como es el caso de
España, junto a los de Grecia, Irlanda, Portugal o Italia.
Ya el anterior gobierno de Rodríguez Zapatero se había plegado a
estas exigencias, en actitud suicida, pero, ahora, el huracán Rajoy,
proveniente de la Moncloa, se está llevando por los aires los últimos
restos no ya del Estado de Bienestar, sino de la misma supervivencia
material de un buen número de ciudadanos y ciudadanas, condenados al
hambre por la reducción de las tarifas de desempleo. O por la
eliminación de las ayudas a la dependencia. O por las restricciones e
incluso desaparición de las empresas. Y, en un escalón superior, estamos
asistiendo al espectáculo de un Gobierno del Estado que se ensaña con
sus propios servidores, los funcionarios. Un inmenso colectivo que
comprende junto a los empleados de los Ministerios, a profesores,
investigadores, médicos, enfermeras, jueces policías, bomberos,
militares. Cuyo número y situación en España era ya precario en relación
con la media europea y, ahora, ven disminuida su proporción, sus
ingresos y el reconocimiento de su trabajo, poniendo en difícil
situación la educación, la sanidad, la seguridad, todo el funcionamiento
de un Estado moderno. Al par que algunos de los mejor preparados
emigran, para poner al servicio de otros países las dotes y preparación
que en España habían conseguido,
Muchos de los protestatarios son personas con años de trabajo y
experiencia. Algunos infelices habrán votado al PP, embaucados por sus
ficticias promesas. Y ahora llenan las calles, junto a los parados, a
los que buscan lo que se ha hecho imposible: encontrar un empleo, Uno
de los abundantes empleos que el PP iba a “crear”, según su propaganda
electoral, en cuanto llegara al poder. Y sin que, en esta rápida
visión, podamos olvidar la marcha impresionante de los mineros. Eterna
vanguardia en la lucha por un mundo socialmente más justo.
Lo novedoso e impresionante es la unidad de la ciudadanía que la
despótica política de Rajoy está logrando, En una fotografía de una de
las manifestaciones habidas en Barcelona, junto a una pancarta del
Sindicato Unificado de Policía podía apreciarse una bandera anarquista.
En Valencia policías circularon de uniforme, unidos a la protesta
multitudinaria y, en Madrid, los antidisturbios de despojaron del casco
en actitud que fue aplaudida por los manifestantes.
Y esta unidad solidaria es la que hay que estrechar. Porque lo que
está en juego no son los intereses de sectores aislados de la población,
sino la eliminación de cualquier protagonismo de la ciudadanía de base
en el funcionamiento de la sociedad. Su domesticación bajo la amenaza de
un futuro peor aun que su lamentable presente. Y el abierto despojo de
la independencia de los Estados.
Solo así se explica la imposición de medidas que, lejos de estimular
el funcionamiento de la actividad económica, la paralizan, tanto en el
ámbito estatal como en el privado. Y cuya sumisa aceptación no mejora
la calificación de las economías por parte de las agencias. La
definición jeffersoniana de la democracia como “gobierno del pueblo por
el pueblo y para el pueblo” ha sido sustituida por el “gobierno del
capital financiero por el capital financiero y para el capital
financiero”.
Pero no basta con la protesta por más masiva que esta sea. Hay que
organizarse y pasar a la acción. A la creación de un movimiento
internacional en el ámbito europeo, dentro de una globalización de los
tan justamente indignados. En España un nuevo Frente Popular, cuyos
logros y proyectos de futuro nos fueron salvajemente arrebatados, al
derribar la II República. En el cual, a la vista de pasadas y tristes
experiencias, se cumpla el milagro de la unidad de la izquierda. Y ha de
quedar claro que el fracaso del capitalismo debe llevarnos a la
conquista de una sociedad en que los medios de producción y las
instituciones financieras sean propiedad de los pueblos y no de una
rapaz minoría.
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