Las grandes metropolis son grandes dispositivos formados de asfalto, hormigón y también de seres humanos. Como nucleos concentradores de poder y capital necesitan el transporte para irrigar todos los rincones de su cuerpo mediante el transporte. Pero el transporte no cumple un simple papel funcional sino que también se convierte en un engocio en si mismo.
A continuación un artículo de Miguel Valencia sobre transporte y desvalor.
Miguel Valencia
Presentación en la plenaria del Encuentro Ivan Illich del 14 de diciembre de 2012, en Cuernavaca
Cada
año, el territorio donde vivo (la Cuenca del Valle de México), se
altera con mayor rapidez. Veo crecer no sólo mi ciudad sino todas las
ciudades de México, y aún las de los países poderosos que tienen
población en decrecimiento. Desde que se introdujo la máquina de vapor
hace más de doscientos años, todo camina en el mundo, hasta las mismas
rocas, los montes, los ríos, las casas, los edificios, los pueblos, las
ciudades, y los bosques, como aquel famoso bosque en el Macbeth de
Shakespeare:No alces la cabeza, rebelión, hasta que camine el Bosque de Birnam. Todo
se mueve a mí alrededor todos los días, casi imperceptiblemente, a
velocidades diferentes. El paso diario de los transportes cambia
continuamente el paisaje: aumentan las personas que se transportan, las
unidades de transporte que transitan por mi comunidad. Aumenta la
superficie pavimentada o urbanizada; aumentan el número y la altura de
los edificios que me rodean; aumenta el volumen de carga; aumenta la
velocidad puntual, ocasional, de los transportes. El transporte mueve,
disloca, cambia todo lo que está en su cercanía y altera el paisaje
rural y urbano. Cambian los usos del suelo. El transporte disloca o
deporta a las personas, expele las cosas y también disloca el tiempo de
nuestra vida.
El culto a la velocidad es el símbolo que organiza a los transportes y crea el Espectáculo de la Velocidad. La velocidad que envejece al mundo se ha vuelto un nuevo absoluto. Hoy nacemos sólo para movernos. Sin embargo, el Espectáculo de la Velocidad, la
apariencia de velocidad, no es realmente la velocidad que nos gustaría
tener. En el libro Energía y Equidad, (1973), Ivan Illich nos descubre,
por medio de la noción de la "velocidad generalizada", lo que ocultan la industria, los gobiernos y las universidades, de la siguiente manera "el
varón americano típico consagra mas de 1,500 horas por año a su
automóvil: sentado en él, en marcha o parado, trabajando para pagarlo,
para pagar la gasolina, los neumáticos, los peajes, los seguros, las
infracciones y los impuestos para la construcción de carreteras y los
estacionamientos. Le consagra cuatro horas al día en las que se sirve de
él o trabaja para él. Sin contar con el tiempo que pasa en el hospital,
en el tribunal o en el taller o viendo publicidad automovilística ante
el televisor… Estas 1,500 horas anuales le sirven para recorrer 10,000
kilómetros, es decir, 6 kilómetros por hora. Exactamente la misma
velocidad que alcanzan los hombres en los países que no tienen industria
de transporte. Con la salvedad de que el americano medio destina a la
circulación la cuarta parte del tiempo social disponible, mientras que
en las sociedades no motorizadas se destina a este fin sólo entre 3 y el
8 por 100." Desde entonces sabemos que la velocidad no es sino
la cara oculta de la riqueza; de la riqueza que la gran mayoría a la
mayoría de la población transfiere a una minoría muy poderosa, el 1%.
Con
las vías de comunicación, se desnaturaliza no sólo el tiempo también el
territorio. La civilización del automóvil aleja los lugares donde se
realizan las grandes actividades humanas (la vivienda, el trabajo, las
amenidades); arruina los comercios y los placeres de proximidad mientras
nos impone la dictadura de un modelo urbanizador adaptado a sus
necesidades: el hombre ha quedado entonces al servicio de la maquina,
del automóvil. Mientras más transportes circulan en el territorio menos
valen socialmente las personas, menos belleza y amenidad tiene el
paisaje que nos rodea. Muere en el mundo la autonomía, aparece el desvalorde
la persona, la familia y la comunidad territorial y desde luego de la
Madre Tierra. La creciente cantidad de transportes que circulan por
nuestras casas, banquetas, calles, jardines, camellones, parques,
bosques y campos de cultivo; el aumento en la circulación de autos y
camiones en las vías rápidas y las carreteras, multiplican las muertes y
las discapacidades, especialmente paro los grupos vulnerables, como
niños, jóvenes, mujeres y ancianos. Esta guerra de baja intensidad
provoca más muertos y discapacitados que las guerras de gran intensidad
como la de Iraq o las guerras civiles, como la de Libia o Siria.
El
mundo moderno deslocaliza tanto a los hombres como a los objetos y los
hace intercambiables; se deporta a los vecinos que residen en el centro
de las ciudades hacia las afueras de las mismas; se desplaza a los
campesinos fuera de sus tierras; se hace migrar a todas las poblaciones
en la penuria económica hacia los países poderosos. Todos podemos
inesperadamente ser desplazados de nuestra casa, calle, colonia, ciudad o
país, por algún giro repentino, violento, típico de la mundialización:
una vía rápida, una ampliación de carretera o una nueva línea del Metro,
una célula de un cartel del narco, una crisis social, económica o
política… La construcción de calles anchas, de bulevares y calzadas, de
viaductos, periféricos, pasos a desnivel, distribuidores viales,
segundos pisos, arcos viales, cortan, laminan, trituran el tejido
urbano, hacen fuerte al crimen organizado, y pone todo lo que necesito
cada día más lejos: puedo ir más rápido a Tlahuac con la línea 12 de
Metro, pero los lugares a los que necesito ir que estaban cerca de mi
colonia ahora empiezan a moverse hacia otras demarcaciones; cada año me
cuesta más tiempo ir a visitar a los amigos en su casa o encontrar lo
que busco cerca de casa. Cierto, el OXXO, el Walmart, y Bancomer y
Banamex me quedan cada día más cerca, pero, desapareció mi antigua
miscelánea, mi abarrote, mi panadería, mi tintorería, mi zapatero, mi
carpintero, mis pequeños comerciantes; se fueron los antiguos vecinos y
llegan unos nuevos que proyectan sus nuevos domicilios en otras
colonias, ciudades o países. Quienes viven cerca de los megaproyectos,
quedan rodeados,"encapsulados" por grandes obstáculos: rodeos enormes,
vallas, puentes y túneles peatonales; deben franquear grandes distancias
para ir del otro lado de estas infraestructuras; los viajes que eran
cortos se hacen largos; es más rápido ir más lejos que más cerca;
frecuentemente es más rápido tomar una tangente que ir derecho al punto
que quieren. La esfera tecnológica mata a la esfera geográfica (social,
política, cultural). El hombre consumista es un producto hidropónico: se
cultiva fuera del suelo, vive en su auto o en una vivienda u oficina, a
varios pisos sobre el suelo. Es mal visto ser con toda evidencia de un
lugar. Las lenguas regionales y aun los acentos locales son poco
aceptados o deslegitimados. La desterritorialización genera
incomprensión y violencia. En la aldea global todo es igual, como los aeropuertos o las franquicias Mac Donalds; en ella se multiplican los llamados No lugares o lugares iguales en todo el mundo, o los lugares chatarra, o la "tierra de nadie", como las vías del ferrocarril, los sumideros, las zonas industriales, los bajo puentes.
En
México, sólo un 18% de sus ciudadanos utilizan regularmente el
automóvil, no obstante, las ciudades están hechas para ellos(los
trailers empiezan a desplazarlos). La opinión del automovilista pesa
algo así como la opinión de diez ciudadanos sin automóvil, ya que
consigue imponer las vías rápidas que necesita, eliminar los impuestos a
las gasolinas, a los autos, a los estacionamientos: es un ciudadano
"pesado":hace surco por donde se desplaza. En cambio el peatón vive un
mundo "del otro lado del parabrisas", un mundo de alto riesgo, muy
hostil que habitualmente debe, además, convertirse en "usuario del
transporte público". El peatón y el usuario del transporte sienten toda
la miseria, el sentimiento de abandono, impotencia, exclusión, pobreza
"moralmente sentida", desesperación, segregación que acompaña a su
condición. El sistema de transportes impone las peores humillaciones a
la mayor parte de los ciudadanos. Según el libro Dans le miroir du passe, Ivan
Illich, lanza en 1968, una severa crítica al economicismo dominante,
que impone el transporte obligatorio para sobrevivir en la modernidad,
con el concepto de desvalorque designa la pérdida… que no se podría estimar en términos económicos. Que el economista no
tiene medio alguno para estimar lo que sucede a una persona que pierde
el uso efectivo de sus pies porque el automóvil ejerce un monopolio
radical sobre la locomoción. De lo que se priva a esta persona no
pertenece al dominio de la escasez. En el presente, para ir de aquí a
allá debe comprar kilómetros-pasajero. El medio geográfico paraliza sus
pies. El espacio ha sido convertido en una infraestructura destinada a
los vehículos. ¿Esto quiere decir que los pies son obsoletos? Desde
luego que no. Los pies no son "medios rudimentarios de transporte personal" como
nos lo quieren hacer creer algunos responsables de las redes
carreteras. Pero, sucede que, atascada en lo económico (por no decir
anestesiados) la gente se ha vuelto ciega e indiferente a la pérdida
inducida por el desvalor.
Las
cuatro o cinco horas diarias que dedican al transporte la gran mayoría
de las personas en el mundo, en buenos y malos trenes rápidos,
suburbanos o de cercanías; en Metros o Metrobuses; en autobuses o
camiones; en autos de lujo o económicos, equivalen aproximadamente a
1,400 horas al año en las que gastan en promedio la tercera parte de sus
ingresos; sin embargo, en estas horas, normalmente no descansan, sufren
mucha tensión o stress; no se educan, se embrutecen; no gozan, se
aburren mucho; no ganan dinero, lo pierden miserablemente; viven los
peores momentos de sus vidas y abandonan a su familia y a sus amigos.
Podemos en este momento establecer las siguientes reglas: La Primera Regla:
La Buena Vida o el Buen Vivir es inversamente proporcional al uso
diario de transporte: mientras menos transporte diario más bienestar
social, mas prosperidad. La Segunda Regla: El mejor transporte es
el que no se usa o no se fabrica: el usó mínimo del transporte implica
el beneficio máximo. Esto no significa que los transportes deban
desaparecer totalmente; solo deben ser utilizados lo menos posible; se
debe fijar un máximo de velocidad de 25- 30 kmh, que es la velocidad
óptima de los transportes urbanos. Las tres o cuatro horas diarias en
las que utilizamos indebida pero obligatoriamente el transporte, son
consecuencia de los grandes beneficios que estas horas de transporte le
reportan a una minoría de la población, el 1% del que habla Occupy Wall
Street y, también, de la colonización mental de la gran mayoría de la
población. En efecto, la escuela, los medios y la publicidad y el
consumo de la cotidianidad tecnológica, hacen posible que duren todavía
los valores que conservan en el mundo las tres o cuatro horas que
diariamente pierde miserablemente la gran mayoría de la población
humana.
Miguel Valencia Mulkay.- ECOMUNIDADES, Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México
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