George Monbiot | Globalízate
¿Cuánto de esto es real? ¿Cuánto del crecimiento económico de los últimos 60 años? ¿De la riqueza y el confort, de los salarios y pensiones que las personas mayores aceptaban como normales, incluso necesarios? ¿Qué parte de esto es una ilusión, creada por préstamos –financieros y ecológicos– que no se pueden sostener? Vaya a Irlanda y verá que incluso los ladrillos y la argamasa son un espejismo: las maravillas de la nueva economía, construidas sobre la deuda, están vacías y no tienen valor alguno.
Para sostener esa ilusión, desde 1950 hemos inflingido a los sistemas vivos del planeta más daño que en los 100.000 años precedentes. El daño durará siglos; los beneficios podrían no verse al cabo de un año. Irlanda, con un dedo marchito, señala de nuevo hacia el futuro. Entre otras iniquidades, el Gobierno forzó una autopista que cruza el Gabhra Valley, y parte de una sede –el complejo Hill of Tara– que en su importancia es comparable a Stonehenge (1). Ambas cosas han sido un acto de vandalismo voluntario y un aviso de intenciones: ninguna consideración impedirá el milagro económico. El camino no se había abierto antes de que el milagro se derrumbara.
Una vez satisfechas nuestras necesidades, el crecimiento económico continuado hizo pocos favores a la gente. Durante la segunda mitad del crecimiento frenético, creció el desempleo, aumentó la desigualdad, se redujo la movilidad social, los pobres perdieron ventajas (como el alojamiento) mientras los ricos mejoraron las suyas. En 2004, en el punto culminante del más largo florecimiento que el Reino Unido había experimentado nunca, la Nuffield Foundation publicó este extraordinario descubrimiento: el aumento de los problemas de salud mental parece estar asociado con las mejoras en las condiciones económicas.(2)
Ahora, con certeza, eso ha terminado. La semana pasada, el asesor de Wall Street Nouriel Roubini, uno de los pocos que predijeron el crash financiero, describió el aprieto en el que nos encontramos (3). Los gobiernos ya no se pueden permitir sacar de apuros a los bancos de nuevo. El alivio cuantitativo ya no ayudará, ni tampoco la depreciación de la moneda. Italia y España se verán forzadas a incumplir sus obligaciones y Alemania no pagará más. El exitoso capitalista llegó a esta sorprendente conclusión. Parece ser que Karl Marx tenía en parte razón al afirmar que con la globalización, la intermediación financiera se descontrola y la redistribución de los ingresos y la riqueza del trabajo al capital podría conducir al capitalismo a su autodestrucción (4).
El sistema económico actual tampoco puede hacer frente a la crisis medioambiental. Sus promotores prometieron que el crecimiento económico y el daño medioambiental podrían desacoplarse: las mejoras en tecnología y eficiencia nos permitirían usar menos recursos incluso con el crecimiento de los resultados económicos. No ha sucedido nada que se le parezca ni remotamente. En algunos casos ha habido una reducción de la intensidad de los recursos, lo que significa un uso inferior de materiales por dólar de producto económico, pero con un consumo general superior. En algunos casos –como la mena de hierro, bauxita y cemento–, ni siquiera se ha producido esto: el uso de recursos por dólar ha aumentado (5).
Por el momento, los gobiernos han respondido a la renovada crisis del capitalismo en un intento frenético de invocar de nuevo la antigua magia, iniciando de nuevo el motor de la destrucción creativa. Los medios para hacerlo ya no existen. Y aunque existieran, solo retrasarían y ampliarían los problemas subyacentes.
Pero ahora, como consecuencia de los alborotos ingleses y enfrentados a un posible hundimiento, empezamos por fin a hablar acerca de los problemas que fueron ignorados mientras la ilusión persistió: igualdad, exclusión, los ricos peligrosos y los pobres rechazados y, en palabras del poeta WH Auden, acera de lo que el dios había forjado / para complacer a su hijo / el hombre fuerte de corazón de hielo que mató a Aquiles / quien no viviría más.(6)
El signo más esperanzador de que es la hora de plantearse las preguntas importantes fue la presencia, entre las lecturas de vacaciones de Ed Milibands, del libro del profesor Tim Jacksons titulado Prosperity Without Growth (7). Es un texto revolucionario, que tiene ya dos años, al que le ha llegado su momento (8).
Señala que la crisis financiera no la causaron malas prácticas aisladas, sino la sistemática desregulación de los bancos emprendida por los gobiernos, para estimular el crecimiento económico emitiendo más deuda. El crecimiento y la necesidad de estimularlo es el problema; y en el mundo rico ya no guarda ninguna relación con la prosperidad.
Jackson acepta que el bienestar material es un componente esencial de la prosperidad y que el crecimiento es esencial para el bienestar de los países más pobres. Pero en países como el Reino Unido, el crecimiento continuado y las políticas que lo promueven minan la prosperidad, que él define como estar a resguardo de la adversidad o la aflicción. Eso significa, entre otras bendiciones, salud, felicidad, buenas relaciones, comunidades fuertes, confianza en el futuro, un sentido de significado y propósito.
¿Pero cómo escapar del crecimiento sin atacar la economía y nuestra prosperidad? Con el sistema actual, no se puede: cuando el crecimiento se detiene, se hunde. Por eso Jackson ha empezado a desarrollar un modelo macroeconómico que permitiría que el producto económico se estabilizara. Experimenta con el crecimiento de la ratio de inversión y consumo, cambiando la naturaleza y condiciones de la inversión y pasando el equilibrio del gasto privado al público, mientras mantienen con limitaciones estrictas el uso de los recursos. Encuentra que la redistribución de los ingresos y el empleo (mediante un horario laboral menor) es esencial para el proyecto. Por tanto, es la nueva regulación de los bancos, la mejora de la fiscalización de los recursos y la contaminación, y las medidas para desestimular el consumo maníaco, como restricciones estrictas de la publicidad.
Su sistema no es totalmente diferente del de hoy: la gente seguirá gastando y ahorrando, las compañías seguirán produciendo bienes y servicios, los gobiernos seguirán poniendo impuestos y gastando dinero. Se necesita una intervención gubernamental mayor de la que estamos acostumbrados; pero eso sucede con todas las opciones a las que nos enfrentamos desde ahora, especialmente si intentamos mantener la ilusión del crecimiento. Los resultados, sin embargo, son radicalmente diferentes: una economía sin crecimiento que evite el colapso financiero y ecológico.
Desde ahora, mientras muere el antiguo sueño, nada es claro. Pero al menos tenemos el principio de un plan.
Artículo original:
http://www.monbiot.com/2011/08/22/out-of-the-ashes/
Traduc
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