A continuación os dejamos un artícluo del corresponsal de La Vanguardia en Berlín Rafael Poch-de-Feliu. Los artículos de este periodista siempre van más allá del desierto mediático actual. En este caso, nos habla de la información sesgada que se ha dado sobre la obra de gobierno de Hugo Chavez, difunto presidente de Venezuela.
Rafael Poch | 06/03/2013
Dejémonos de hipocresías: el principal delito de Hugo Chávez
fue ocuparse de los pobres. Todo lo demás, incluso si hubiera sido un
caudillo autoritario, como han venido vendiéndonos los killer-periodistas
de nuestra parroquia con particular encono, se le habría perdonado. Y
la demostración es Yeltsin, el presidente Yeltsin de Rusia, ¿se
acuerdan?
A diferencia de Chávez, Yeltsin protagonizó una contrarrevolución en
beneficio de los ricos. A diferencia del venezolano, sus elecciones y
referendos estaban amañados, pero a Yeltsin se le perdonaba todo. Hasta
dio un golpe de estado, en octubre de 1993, en el que disolvió a
cañonazos el primer parlamento enteramente electo de la historia de
Rusia. No solo no fue condenado por ello, sino que fue elogiado. Aun
recuerdo la editorial que un diario alemán, el Frankfürter Allgemeine Zeitung,
dedicó al evento. “Sternstunde der Demokratie”, la hora estelar de la
democracia, decía, con un cinismo que habría complacido al mismo
Goebbels. Era la línea habitual: repasen la hemeroteca euroatlántica,
los Economist, Financial Times, y naturalmente también los nuestros, sobre Rusia a partir del 4 de octubre de 1993 y verán.
A Yeltsin se le perdonó todo, hasta su guerra infame contra Chechenia
en la que murieron decenas de miles y donde ciudades como Grozny
quedaron reducidas a una especie de Stalingrado. Clinton colaboró,
probablemente, en la eliminación del líder independentista checheno, el
General Dhojar Dudayev, dirigiendo un misil a partir de una imprudente
llamada telefónica que el General realizó con su móvil. Entonces el
ejército ruso aún no tenía la tecnología para aquel “tracking”, aquel
tipo de rastreo informático-militar…
El segundo gran delito de Chávez, estrechamente ligado al primero,
fue desafiar al Imperio. Integrar y coordinar ese desafío con otros
países, crear Albas y bancos, desarrollar relaciones internacionales
autónomas.
Doscientos años después de su independencia, las repúblicas
latinoamericanas apenas ahora comienzan a ejercerla, y no todas.
Recordemos que históricamente a los políticos latinoamericanos que
emprendieron tal temeridad se los liquidaba, la lista es conocida y no
es necesario mencionarla. Y lo mismo pasa en África desde Lumumba, en
los sesenta, hasta Sankara, el Sankara de Burkina Faso, asesinado en
1987, ¿les suena el nombre?, pasando por Amilcar Cabral, Ben Barka y
tantos otros. Antes de reírse de las sospechas lanzadas desde Caracas
sobre el presunto carácter inducido de la enfermedad mortal de Chávez,
uno debería desempolvar los libros de historia. ¿De qué se ríen estos
necios?
Desde África, donde ahora mismo se está sufriendo una ofensiva
militar imperial para controlar aún más estrechamente recursos y
posiciones estratégicas, se ve con cierta sana envidia el avance
emancipador que las repúblicas hermanas de América Latina han afirmado
en los últimos años; desde Bolivia, hasta Ecuador, de Venezuela a Brasil
y Argentina. Que eso no tenga mucho de “socialismo del siglo XXI”,
cambia poco el asunto: es un claro avance emancipador, y punto.
En la mayoría en desarrollo de los países del mundo, Chávez va a ser
valorado por eso, por esos dos aspectos que en Euroatlántida son pecado.
Pero incluso en esto hay matices. En Alemania, por ejemplo, los medios
de comunicación no hablan de Chávez con la retrógrada inquina que
demuestran los medios y los periodistas del estáblishment
españolito. Desde luego no lo alaban, pero mantienen una distancia que
en España se ha perdido por completo. En muy pocos países de
Euroatlántida se utiliza con tanto desprecio como en España la palabra “tercermundista” o “tercer mundo”,
referida a los países en desarrollo que intentan salir de hoyo. El
motivo es que España misma era un país “tercermundista” hasta hace no
mucho.
En la transformación sicológica del españolito medio de los últimos
treinta años se ha producido lo que denomino un proceso de “asfaltado
mental”: de la misma forma en que nuestros paisajes han sido
destructivamente degradados y transformados por el ladrillo, la
mentalidad del españolito medio ha perdido cualidades y valores
esenciales, vinculadas al sentido de la dignidad, de la solidaridad y
del sentido de reacción ante la injusticia. En el país del Quijote
creció una nueva arrogancia de nuevo rico, cutre e hijoputecado. España
se “agringó”.
Ahora que la crisis mundial nos regresa a determinados puntos de
partida, ahora que nadamos manifiestamente impotentes en el charco de
nuestra propia porquería político-económica, es el momento de
reflexionar y de relacionar nuestro charco nacional con el asfaltado
intelectual. Si lo hacemos quizás aún estemos a tiempo de retomar
aquellas relaciones y complicidades con América Latina que en los años
setenta eran tan obvias e indiscutibles. Al fin y al cabo, nuestra
creciente condición de “tercer mundo europeo”, de sometidos a los
designios dominantes de Berlín y Bruselas, de obedientes alumnos
aventajados en el cumplimiento de los programas suicidas que la gran
banca y el gran capital, incluido el nuestro, imponen a nuestro país en
contra de sus intereses nacionales más básicos, toda esa miseria, nos
hermana bastante con los amigos del otro lado del Atlántico-Sur. Y
actualiza también en nuestra propia casa sus impulsos emancipadores.
Independientemente de cual sea la complicada evolución que se viva
ahora, Chávez ha colocado a Venezuela, un país cuyo 80% de la población
no existía, no solo en el mapa de América, sino en el del mundo. Yeltsin
desmanteló la Rusia soviética, ahora tan añorada por sus garantías
sociales, sentando las bases de las grandes convulsiones sociales que
aún están por venir en aquel país. Pero, de acuerdo con las
circunstancias de nuestro lamentable asfaltado nacional, condenamos
siempre al primero y aplaudimos en su día al segundo.
Libros relacionados:
No hay comentarios:
Publicar un comentario